Wednesday, September 25, 2013

[Letra N] - Nombre


[Letra N] - NOMBRE

A fin de poder resistir necesitamos una provisión de nombres incontestables. El hombre pensante va sacando de su tesoro un nombre tras otro, les da un mordisco y los mira al trasluz, y cuando ve cuán falsamente se halla unido a veces ese nombre a la cosa que debe designar lo desecha despectivamente y lo arroja a la basura. De este modo, sin embargo, la provisión de nombres incontestables se vuelve cada vez menor. El hombre se va empobreciendo así de día en día, y puede quedarse en el vacío y la estrechez más absolutas si no se preocupa por conseguir ayuda. Esta no es difícil de encontrar, el mundo es rico: ¡cuántos animales, cuántas plantas, cuántas piedras que él nunca ha conocido! Si se preocupa por conocerlos, con la primera impresión de sus formas percibirá también sus nombres, que aún serán incontestables, frescos y hermosos como para el niño que está aprendiendo a hablar.

*** La provincia del hombre. (1943). [Ed. GG: pág. 68]


  
El hombre debe aprender a ser muchos hombres de forma consciente y a mantenerlos juntos a todos. Esta tarea última y mucho más difícil le dará el carácter que él pone en peligro con su propia multiplicidad. En vez de gobernar a otros, deberá gobernar a sus propios personajes; estos tendrán nombres, él los conocerá y podrá darles órdenes. Su avidez de dominio ya no querrá actuar sobre extraños, y le parecerá despreciable necesitar gente extraña cuando uno mismo puede ser tantos como los que llegue a dominar.

*** La provincia del hombre. (1946). [Ed. GG: pág. 110]




Representar a un hombre en el que todo se desvanezca al instante, cada impresión, cada vivencia, cada situación. Un hombre en el cual nada permanezca. En el que el hoy, el ayer y el mañana no estén unidos por nada. Todo le ha ocurrido. Nada le ha ocurrido. Su frescura. Su mortalidad llevada al extremo, de modo que ya ni siquiera ésta signifique algo. Conoce a todo ci mundo y no puede acordarse de nadie. Vive en un mundo sin nombres. No tiene miedo, pero tampoco nadie le teme. Su edad y su sexo no son claros para nadie. No tiene propósitos ni proyectos, nunca tenemos la sensación de que estire la mano hacia nosotros. No puede resultar molesto. Carece de toda religión. Los instantes de los que está compuesto son incalculables. Quien lo busque, lo encontrará siempre en otro sitio.

*** La provincia del hombre. (1947). [Ed. GG: pág. 139]


  
Desde hace años no logro liberarme de la fascinación que sobre mí ejerce la vida de los pueblos primitivos. No sé con qué leche materna habré absorbido esa predilección. Una sólida fe y una expectativa aún más sólida me impulsan hacia cualquier descripción de la vida de los primitivos, y siempre que leo algo sobre ellos, incluso en la cautelosa y diluida interpretación de ciertos autores modernos, creo tener en mis manos la auténtica verdad. Todo en mí se convierte entonces en confianza; ya no dudo más; «aquí» , pienso, «aquí tengo lo que siempre he buscado en vano»; y cuando al cabo de unos años releo el mismo libro, éste ejerce su influjo sobre mí enseguida y exactamente como la primera vez, una revelación inmutable y siempre viva. No se trata solo, como yo a veces he llegado a sospechar, de los nombres de pueblos y dioses exóticos, cuya magia jamás se extingue. Se trata más bien de la sensación ilusoria de poder abarcar, en su totalidad, situaciones relativamente simples, pues por muy complejas que parezcan a la luz de las investigaciones modernas, la fe en su simplicidad esencial permanece despierta siempre en nosotros. También cuenta, sin embargo, el sentimiento de su separación y lejanía: al margen de lo que pensemos sobre esas formas de vida, lo cierto es que parecen estar libres de los prejuicios y objetivos de nuestra vida actual. Su crueldad es menos cruel, no tenemos ninguna culpa de ella. Su belleza tiene más mérito, no se basa en la desconcertante riqueza de nuestra herencia.
Lo que he aprendido de esas formas de vida es inagotable, aunque a veces tengo la impresión de haberme expuesto particularmente a la enorme fuerza que emana de ellas para demostrarme a mí mismo cuán poco soy. Inhiben mi actividad, pues nada es creativo para aquel que las conoce, todo está ya en ellas. El hombre empezó como poeta, cuando empezó, y desde entonces, como poeta, no ha dejado de empequeñecerse.
Cada cual sólo puede medirse con sus contemporáneos. El que prescinde de ellos no quiere medirse. Es posible que yo quiera evitar cualquier tipo de competición porque ésta podría falsear lo que realmente me interesa. Pero también es probable que me haya desviado de forma demasiado amplia y radical, yendo a parar a un origen subyugante, en el que todo el mundo desaparece.

*** La provincia del hombre. (1955). [Ed. GG: pp. 221-222]


Sobre los nombres en la Historia:
Solamente son nombres poderosos, los otros mueren. Por el nombre se puede, pues, medir la fuerza de la supervivencia. Hasta hoy es la única forma real de la supervivencia. Pero ¿cómo sobrevive el nombre?
La peculiar voracidad del nombre: el nombre es un caníbal.
Sus víctimas son preparadas de distintas maneras. Hay nombres que solo empiezan a devorar tras la muerte de su portador, antes no tienen apetito. Hay nombres que obligan a su portador a devorar todo cuanto les sucede durante la vida de éste, nombres insaciables. Hay nombres que hibernan. Hay nombres que tienen que vivir largo tiempo escondidos para, de pronto, salir a la luz con un hambre de lobo, nombres muy peligrosos.
Hay nombres que se alimentan a un ritmo uniformemente creciente, nombres solidos, nombres aburridos. Su higiene racional no les asegura una vida larga.
Hay nombres que se alimentan sólo de sus colegas, nombres corporativos, como quien dice, y otros que medran únicamente entre extraños.
Algunos echan dientes entre extraños y encuentran luego su alimento entre los suyos.
Nombres que viven porque quieren morir. Nombres que mueren porque solo quieren vivir.
Nombres inocentes, que viven porque se han abstenido de todo alimento.

*** La provincia del hombre. (1956). [Ed. GG: pág. 225]


  
Es maravilloso estudiar, es decir, dar cabida en nosotros a nombres y cosas sobre los que aún no hablamos reflexionado, y convertirlos en objetos de nuestra reflexión; decirnos qué nos llama la atención en ellos y qué quisiéramos retener; anotarlo luego en el gran tesoro de nuestras propias experiencias y hacerlo de manera tal que quizá nunca más volvamos a pensar en ello. Así nos creamos un reino de nuestras propias aventuras y descubrimientos, y lo que luego volvamos a encontrar por segunda vez en el interior de este reino tendrá un carácter doble: será un descubrimiento y, a la vez, un fragmento de nosotros mismos.

*** La provincia del hombre. (1956). [Ed. GG: pág. 230]




  
Llevamos algunos nombres largo tiempo con nosotros, custodiándolos con veneración. Pueden transcurrir veinte años hasta que aquello que de verdad les pertenece, su sustancia, la obra, nos sea transmitida en forma seria. Y esto acontece entonces en una especie de intimidad, pues el nombre ha estado mucho tiempo en nuestro interior; de pronto comprendemos y todo nos pertenece, ya no hay ninguna resistencia como las que suelen producirse ante cualquier experiencia importante. Es probable que el nombre sea siempre lo primero que nos ocurre, pero aquellos que uno conserva largo tiempo tienen un efecto totalmente diferente, nos resumen desde dentro, cristalizamos a su alrededor, nos proporcionan dureza y transparencia.

*** La provincia del hombre. (1967). [Ed. GG: pág. 326]





Redimirse a través de los desconocidos. Sin embargo, debe haber diversos grados de desconocimiento: personas totalmente ajenas a uno, misteriosas y muy distintas de todo lo que se ha visto antes; otras que no se alejan demasiado del tipo de persona con que habitualmente se trata; otras que recuerdan en algo a gentes conocidas, aunque se tenga la certeza de que son extraños; y otras que tal vez uno haya visto alguna vez, con las que se cruza en determinadas ocasiones sin intercambiar ni una palabra. Mientras no sepamos sus nombres, son desconocidos. El nombre es el escudo de los hombres, y con él comienzan a sembrar el miedo a su alrededor.
Cada uno de estos grados tiene su propia forma de redención, y todas son necesarias. Es posible que se haya acumulado y almacenado una gran fuerza liberadora allí donde jamás la hubiéramos buscado, y sólo podemos seguir viviendo mientras esperamos que surja en cualquier lugar.

*** EL suplicio de las moscas. Parte III. [Ed. GG: pp. 624-625]


Wednesday, September 4, 2013

[Letra M] - Metamorfosis


[Letra M] - METAMORFOSIS


Nunca han sabido los hombres menos sobre sí mismos que en esta «era de la psicología». No pueden quedarse quietos. Huyen de sus propias metamorfosis. No las esperan, se anticipan a ellas. Prefieren ser cualquier cosa salvo lo que podrían ser. Recorren en coche los paisajes de su propia alma, y como solamente se detienen en las gasolineras, creen que están constituidos per éstas. Sus ingenieros no construyen otra cosa: lo que comen huele a gasolina. Sueñan en charcas negras..

*** La provincia del hombre. (1942). [Ed. GG: pág. 18]




Hoy en día resulta ya falso que los monos estén más cerca del hombre que los demás animales. Puede que durante mucho tiempo no hayamos sido muy diferentes de ellos; por entonces eran nuestros parientes cercanos, pero hoy, debido a un sinnúmero de metamorfosis, nos hemos alejado tanto de ellos que no tenemos menos cosas en común con las aves que con los monos.
Para entender cómo hemos llegado a ser hombres, lo más importante sería, sin duda, estudiar de cerca la capacidad imitativa de los simios. En este caso, los experimentos tendrían un sentido muy específico. Deberíamos hacer que los monos viviesen largo tiempo con animales que antes no conocían, y registrar atentamente cómo so comportamiento se deja influir por esos animales; tendríamos que cambiar continuamente y por turno los animales de su entorno. Y de vez en cuando, después de esas fuertes impresiones, dejarlos a merced de ellos mismos. Con muchas tentativas de este tipo se colmaría un poco el concepto vacío de imitación y tal vez descubriríamos que se trataba siempre de una metamorfosis, y no solo de una «adaptación», y que la «adaptación» era simplemente el resultado de metamorfosis poco hábiles y que no salieron del todo bien.
En el ámbito propiamente humano, donde mejor pueden estudiarse estos procesos es en el mito y en el drama. El sueño, en el que siempre han estado presentes, ofrece mucha menos precisión y consiente interpretaciones demasiado arbitrarias. El mito no solamente es más hermoso, sino que también es más útil para los propósitos de un estudio semejante, pues permanece estable. Su fluidez es interna, no se nos deshace entre las manos. Allí donde se desarrolla, regresa siempre de la misma manera. Es lo más permanente que pueden producir los hombres; ningún instrumento ha permanecido tan idéntico a sí mismo en el curso de los siglos corno algunos mitos. Su sacralidad los protege, su representación los perpetúa y quien sea capaz de colmar a los hombres con un mito habrá conseguido más que el más audaz de los inventores.

*** La provincia del hombre. (1942). [Ed. GG: pp. 23-24]




Sensación de congoja y extrañeza al leer a Aristóteles. La lectura del primer libro de la Política, en el que defiende la esclavitud a toda costa, le produce a uno la impresión de estar leyendo el «Martillo de ]as brujas». Otro aire, otro clima, y un orden totalmente diferente. El grado de dependencia de las ciencias con respecto a las clasificaciones aristotélicas, incluso en nuestros días, se convierte en una pesadilla cuando conocemos la parte «anticuada» de sus opiniones, que sin embargo soportan a aquellas que aún siguen siendo válidas. Podría ser perfectamente posible que el mismo Aristóteles, cuya autoridad fue la culpable del estancamiento de las ciencias naturales durante la Edad Media, haya seguido ejerciendo de otra forma su efecto pernicioso, cuando su autoridad ya se habla resquebrajado. Llama la atención La notable similitud entre el aristotelismo y el avance paralelo de las actividades científicas modernas, su frio tecnicismo y la especialización de las distintas ramas del saber. La especial naturaleza de la ambición aristotélica ha determinado la organización de nuestras universidades. A Aristóteles solo corresponde una universidad moderna en su totalidad. La investigación como fin en sí misma, tal y como él la practica, no es realmente objetiva. Para el investigador sólo significa no dejarse arrastrar por nada de lo que emprenda. Excluye el entusiasmo y la metamorfosis del ser humano. Quiere que el cuerpo no advierta lo que hacen las puntas de los dedos. Todo lo que uno es, lo es at márgen de cómo desarrolle su actividad científica. Lo único en verdad legítimo es la curiosidad y una extraña capacidad de crear espacio para todo cuanto la curiosidad almacene. El ingenioso sistema de casilleros que el investigador crea dentro de sí se va llenando con todo aquello que la curiosidad señala. Basta con que encuentre algo para que lo meta en su casillero, donde deberá permanecer muerto e inmóvil. Aristóteles, un ser omnívoro, demuestra al hombre que nada es incomible, siempre que uno sepa encuadrarlo en un orden. Las cosas expuestas en sus colecciones, estén o no vivas, son meros objetos y sirven a algún fin, aunque sólo sea el de mostrar cuán perniciosas son.
Su pensamiento es, en primerísima línea, el arte de compartimentar. Tiene un sentido muy desarrollado de las jerarquías, los rangos y las relaciones de parentesco, y en todo lo que investiga introduce algo así como un sistema de jerarquías. Al compartimentar, lo que le interesa es la uniformidad y la pulcritud, y no tanto la veracidad. Es un pensador incapaz de sonar (todo lo contrario de Platón), hace gala abiertamente de su desprecio por los mitos, y hasta los poetas son para él algo útil, no los valora de otro modo. Incluso ahora hay personas que no pueden aproximarse a un objeto sin aplicarle los encasillamientos aristotélicos. Y más de uno piensa que en los casilleros y gavetas de Aristóteles las cosas tienen un aspecto más claro, cuando en realidad allí solo están más muertas.