[Letra M] - METAMORFOSIS
Nunca han
sabido los hombres menos sobre sí mismos que en esta «era de la psicología». No
pueden quedarse quietos. Huyen de sus propias metamorfosis. No las esperan, se
anticipan a ellas. Prefieren ser cualquier cosa salvo lo que podrían ser.
Recorren en coche los paisajes de su propia alma, y como solamente se detienen
en las gasolineras, creen que están constituidos per éstas. Sus ingenieros no
construyen otra cosa: lo que comen huele a gasolina. Sueñan en charcas negras..
*** La provincia del hombre. (1942). [Ed. GG: pág. 18]
Hoy en día
resulta ya falso que los monos estén más cerca del hombre que los demás animales.
Puede que durante mucho tiempo no hayamos sido muy diferentes de ellos; por
entonces eran nuestros parientes cercanos, pero hoy, debido a un sinnúmero de
metamorfosis, nos hemos alejado tanto de ellos que no tenemos menos cosas en
común con las aves que con los monos.
Para
entender cómo hemos llegado a ser hombres, lo más importante sería, sin duda,
estudiar de cerca la capacidad imitativa de los simios. En este caso, los
experimentos tendrían un sentido muy específico. Deberíamos hacer que los monos
viviesen largo tiempo con animales que antes no conocían, y registrar
atentamente cómo so comportamiento se deja influir por esos animales; tendríamos
que cambiar continuamente y por turno los animales de su entorno. Y de vez en
cuando, después de esas fuertes impresiones, dejarlos a merced de ellos mismos.
Con muchas tentativas de este tipo se colmaría un poco el concepto vacío de
imitación y tal vez descubriríamos que se trataba siempre de una metamorfosis,
y no solo de una «adaptación», y que la «adaptación» era simplemente el
resultado de metamorfosis poco hábiles y que no salieron del todo bien.
En el ámbito
propiamente humano, donde mejor pueden estudiarse estos procesos es en el mito
y en el drama. El sueño, en el que siempre han estado presentes, ofrece mucha
menos precisión y consiente interpretaciones demasiado arbitrarias. El mito no
solamente es más hermoso, sino que también es más útil para los propósitos de
un estudio semejante, pues permanece estable. Su fluidez es interna, no se nos
deshace entre las manos. Allí donde se desarrolla, regresa siempre de la misma
manera. Es lo más permanente que pueden producir los hombres; ningún
instrumento ha permanecido tan idéntico a sí mismo en el curso de los siglos
corno algunos mitos. Su sacralidad los protege, su representación los perpetúa
y quien sea capaz de colmar a los hombres con un mito habrá conseguido más que el
más audaz de los inventores.
*** La provincia del hombre. (1942). [Ed. GG: pp. 23-24]
Sensación
de congoja y extrañeza al leer a Aristóteles.
La lectura del primer libro de la Política, en el que defiende la esclavitud a
toda costa, le produce a uno la impresión de estar leyendo el «Martillo de ]as
brujas». Otro aire, otro clima, y un orden totalmente diferente. El grado de
dependencia de las ciencias con respecto a las clasificaciones aristotélicas,
incluso en nuestros días, se convierte en una pesadilla cuando conocemos la
parte «anticuada» de sus opiniones, que sin embargo soportan a aquellas que aún
siguen siendo válidas. Podría ser perfectamente posible que el mismo Aristóteles,
cuya autoridad fue la culpable del estancamiento de las ciencias naturales
durante la Edad Media, haya seguido ejerciendo de otra forma su efecto
pernicioso, cuando su autoridad ya se habla resquebrajado. Llama la atención La
notable similitud entre el aristotelismo y el avance paralelo de las
actividades científicas modernas, su frio tecnicismo y la especialización de
las distintas ramas del saber. La especial naturaleza de la ambición aristotélica
ha determinado la organización de nuestras universidades. A Aristóteles solo
corresponde una universidad moderna en su totalidad. La investigación como fin
en sí misma, tal y como él la practica, no es realmente objetiva. Para el
investigador sólo significa no dejarse arrastrar por nada de lo que emprenda.
Excluye el entusiasmo y la metamorfosis del ser humano. Quiere que el cuerpo no
advierta lo que hacen las puntas de los dedos. Todo lo que uno es, lo es at márgen
de cómo desarrolle su actividad científica. Lo único en verdad legítimo es la
curiosidad y una extraña capacidad de crear espacio para todo cuanto la
curiosidad almacene. El ingenioso sistema de casilleros que el investigador
crea dentro de sí se va llenando con todo aquello que la curiosidad señala.
Basta con que encuentre algo para que lo meta en su casillero, donde deberá
permanecer muerto e inmóvil. Aristóteles, un ser omnívoro, demuestra al hombre
que nada es incomible, siempre que uno sepa encuadrarlo en un orden. Las cosas
expuestas en sus colecciones, estén o no vivas, son meros objetos y sirven a algún
fin, aunque sólo sea el de mostrar cuán perniciosas son.
Su
pensamiento es, en primerísima línea, el arte de compartimentar. Tiene un
sentido muy desarrollado de las jerarquías, los rangos y las relaciones de
parentesco, y en todo lo que investiga introduce algo así como un sistema de jerarquías.
Al compartimentar, lo que le interesa es la uniformidad y la pulcritud, y no
tanto la veracidad. Es un pensador incapaz de sonar (todo lo contrario de Platón),
hace gala abiertamente de su desprecio por los mitos, y hasta los poetas son
para él algo útil, no los valora de otro modo. Incluso ahora hay personas que
no pueden aproximarse a un objeto sin aplicarle los encasillamientos aristotélicos.
Y más de uno piensa que en los casilleros y gavetas de Aristóteles las cosas
tienen un aspecto más claro, cuando en realidad allí solo están más muertas.
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