[Letra N] - NOMBRE
A
fin de poder resistir necesitamos una provisión de nombres incontestables. El
hombre pensante va sacando de su tesoro un nombre tras otro, les da un mordisco
y los mira al trasluz, y cuando ve cuán falsamente se halla unido a veces ese
nombre a la cosa que debe designar lo desecha despectivamente y lo arroja a la
basura. De este modo, sin embargo, la provisión de nombres incontestables se
vuelve cada vez menor. El hombre se va empobreciendo así de día en día, y puede
quedarse en el vacío y la estrechez más absolutas si no se preocupa por
conseguir ayuda. Esta no es difícil de encontrar, el mundo es rico: ¡cuántos
animales, cuántas plantas, cuántas piedras que él nunca ha conocido! Si se
preocupa por conocerlos, con la primera impresión de sus formas percibirá
también sus nombres, que aún serán incontestables, frescos y hermosos como para
el niño que está aprendiendo a hablar.
*** La provincia del hombre. (1943). [Ed. GG: pág. 68]
El
hombre debe aprender a ser muchos
hombres de forma consciente y a mantenerlos juntos a todos. Esta tarea última y
mucho más difícil le dará el carácter que él pone en peligro con su propia
multiplicidad. En vez de gobernar a otros, deberá gobernar a sus propios
personajes; estos tendrán nombres, él los conocerá y podrá darles órdenes. Su
avidez de dominio ya no querrá actuar sobre extraños, y le parecerá
despreciable necesitar gente extraña cuando uno mismo puede ser tantos como los
que llegue a dominar.
*** La provincia del hombre. (1946). [Ed. GG: pág. 110]
Representar
a un hombre en el que todo se desvanezca
al instante, cada impresión, cada vivencia, cada situación. Un hombre en el
cual nada permanezca. En el que el hoy, el ayer y el mañana no estén unidos por
nada. Todo le ha ocurrido. Nada le ha ocurrido. Su frescura. Su mortalidad
llevada al extremo, de modo que ya ni siquiera ésta signifique algo. Conoce a
todo ci mundo y no puede acordarse de nadie. Vive en un mundo sin nombres. No
tiene miedo, pero tampoco nadie le teme. Su edad y su sexo no son claros para
nadie. No tiene propósitos ni proyectos, nunca tenemos la sensación de que
estire la mano hacia nosotros. No puede resultar molesto. Carece de toda
religión. Los instantes de los que está compuesto son incalculables. Quien lo
busque, lo encontrará siempre en otro sitio.
*** La provincia del hombre. (1947). [Ed. GG: pág. 139]
Desde
hace años no logro liberarme de la fascinación que sobre mí ejerce la vida de
los pueblos primitivos. No sé con qué leche materna habré absorbido esa
predilección. Una sólida fe y una expectativa aún más sólida me impulsan hacia
cualquier descripción de la vida de los primitivos, y siempre que leo algo
sobre ellos, incluso en la cautelosa y diluida interpretación de ciertos
autores modernos, creo tener en mis manos la auténtica verdad. Todo en mí se
convierte entonces en confianza; ya no dudo más; «aquí» , pienso, «aquí tengo
lo que siempre he buscado en vano»; y cuando al cabo de unos años releo el
mismo libro, éste ejerce su influjo sobre mí enseguida y exactamente como la
primera vez, una revelación inmutable y siempre viva. No se trata solo, como yo
a veces he llegado a sospechar, de los nombres de pueblos y dioses exóticos,
cuya magia jamás se extingue. Se trata más bien de la sensación ilusoria de
poder abarcar, en su totalidad, situaciones relativamente simples, pues por muy
complejas que parezcan a la luz de las investigaciones modernas, la fe en su simplicidad
esencial permanece despierta siempre en nosotros. También cuenta, sin embargo,
el sentimiento de su separación y lejanía: al margen de lo que pensemos sobre
esas formas de vida, lo cierto es que parecen estar libres de los prejuicios y
objetivos de nuestra vida actual. Su crueldad es menos cruel, no tenemos
ninguna culpa de ella. Su belleza tiene más mérito, no se basa en la
desconcertante riqueza de nuestra
herencia.
Lo
que he aprendido de esas formas de vida es inagotable, aunque a veces tengo la
impresión de haberme expuesto particularmente a la enorme fuerza que emana de
ellas para demostrarme a mí mismo cuán poco soy. Inhiben mi actividad, pues
nada es creativo para aquel que las conoce, todo está ya en ellas. El hombre
empezó como poeta, cuando empezó, y desde entonces, como poeta, no ha dejado de
empequeñecerse.
Cada
cual sólo puede medirse con sus contemporáneos. El que prescinde de ellos no quiere medirse. Es posible que yo quiera
evitar cualquier tipo de competición porque ésta podría falsear lo que
realmente me interesa. Pero también es probable que me haya desviado de forma
demasiado amplia y radical, yendo a parar a un origen subyugante, en el que
todo el mundo desaparece.
*** La provincia del hombre. (1955). [Ed. GG: pp. 221-222]
Sobre
los nombres en la Historia:
Solamente
son nombres poderosos, los otros mueren. Por el nombre se puede, pues, medir la
fuerza de la supervivencia. Hasta hoy es la única forma real de la
supervivencia. Pero ¿cómo sobrevive el nombre?
La
peculiar voracidad del nombre: el nombre es un
caníbal.
Sus
víctimas son preparadas de distintas maneras. Hay nombres que solo empiezan a
devorar tras la muerte de su portador, antes no tienen apetito. Hay nombres que
obligan a su portador a devorar todo cuanto les sucede durante la vida de éste,
nombres insaciables. Hay nombres que hibernan. Hay nombres que tienen que vivir
largo tiempo escondidos para, de pronto, salir a la luz con un hambre de lobo, nombres
muy peligrosos.
Hay
nombres que se alimentan a un ritmo uniformemente creciente, nombres solidos,
nombres aburridos. Su higiene racional no les asegura una vida larga.
Hay
nombres que se alimentan sólo de sus colegas, nombres corporativos, como quien
dice, y otros que medran únicamente entre extraños.
Algunos
echan dientes entre extraños y
encuentran luego su alimento entre los suyos.
Nombres
que viven porque quieren morir. Nombres que mueren porque solo quieren vivir.
Nombres
inocentes, que viven porque se han abstenido de todo alimento.
*** La provincia del hombre. (1956). [Ed. GG: pág. 225]
Es
maravilloso estudiar, es decir, dar
cabida en nosotros a nombres y cosas sobre los que aún no hablamos reflexionado,
y convertirlos en objetos de nuestra reflexión; decirnos qué nos llama la atención
en ellos y qué quisiéramos retener; anotarlo luego en el gran tesoro de
nuestras propias experiencias y hacerlo de manera tal que quizá nunca más volvamos
a pensar en ello. Así nos creamos un reino de nuestras propias aventuras y
descubrimientos, y lo que luego volvamos a encontrar por segunda vez en el interior de este reino tendrá un carácter
doble: será un descubrimiento y, a la vez, un fragmento de nosotros mismos.
*** La provincia del hombre. (1956). [Ed. GG: pág. 230]
Llevamos
algunos nombres largo tiempo con nosotros, custodiándolos con veneración.
Pueden transcurrir veinte años hasta que aquello que de verdad les pertenece, su
sustancia, la obra, nos sea transmitida en forma seria. Y esto acontece
entonces en una especie de intimidad, pues el nombre ha estado mucho tiempo en
nuestro interior; de pronto comprendemos y todo nos pertenece, ya no hay
ninguna resistencia como las que suelen producirse ante cualquier experiencia
importante. Es probable que el nombre sea siempre lo primero que nos ocurre,
pero aquellos que uno conserva largo tiempo tienen un efecto totalmente
diferente, nos resumen desde dentro,
cristalizamos a su alrededor, nos proporcionan dureza y transparencia.
*** La provincia del hombre. (1967). [Ed. GG: pág. 326]
Redimirse
a través de los desconocidos. Sin embargo, debe haber diversos grados de
desconocimiento: personas totalmente ajenas a uno, misteriosas y muy distintas
de todo lo que se ha visto antes; otras que no se alejan demasiado del tipo de
persona con que habitualmente se trata; otras que recuerdan en algo a gentes
conocidas, aunque se tenga la certeza de que son extraños; y otras que tal vez
uno haya visto alguna vez, con las que se cruza en determinadas ocasiones sin
intercambiar ni una palabra. Mientras no sepamos sus nombres, son desconocidos.
El nombre es el escudo de los hombres, y con él comienzan a sembrar el miedo a
su alrededor.
Cada
uno de estos grados tiene su propia forma de redención, y todas son necesarias.
Es posible que se haya acumulado y almacenado una gran fuerza liberadora allí
donde jamás la hubiéramos buscado, y sólo podemos seguir viviendo mientras
esperamos que surja en cualquier lugar.
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