Tuesday, June 18, 2013

[Letra H] - Historia


Letra H

HISTORIA

Y ahora se venga el persistente rechazo del tiempo. Su curso jamás ha existido para mí. Nunca lo he sentido como un río que pudiera secarse. Era inagotable a mi alrededor; un mar en el que yo flotaba a la deriva hacia todos lados, y me parecía natural dejarme arrastrar siempre más lejos. Mi tiempo no podía llegar nunca a su fin. Todo cuanto me proponía era para la eternidad, y tenía a mi disposición eternidades para el proyecto más ínfimo.
Fui en busca de todos los dioses antiguos dispuesto a reconciliarlos dentro de mí. Con todos los pueblos fui llenando mi espíritu: así expié la presunción de mis antepasados. No busqué dirección alguna en la historia. Por estar al borde de la desaparición, lo más pequeño tenía para mí mayor validez que lo más grande. No aceptaba el sacrificio de ninguna vida. Daba cabida en mi interior a todo cuanto no tuviera ya cabida en este denso mundo. Y ahora no soy menos ancho que el mundo, y siento cómo le doy alcance en todas partes. La arrogancia de quien sólo existe para sí mismo me resultaba cada año más extraña. Hoy día sé lo poco que soy por mi origen y lo mucho que soy en el vasto aliento del espíritu.
Pero una vez alcanzado este objetivo, advierto lo vano de mi empresa. He escarnecido al tiempo, y ahora se me agota.

*** Hampstead. Apuntes rescatados 1954-1971 (1960). [Ed. GG: pp. 720-721]


El hombre que vive fuera de las divisiones habituales del tiempo. Nunca sabe qué día de la semana es. No conoce mes ni fecha, y nada sabe del año.
Pero conoce otros hombres y vive entre ellos. ¿Cómo lo hace? Se sustrae al paso del tiempo, no lo registra, los relojes le son tan extraños como los calendarios, y la historia no existe para él.
Es una digna contrafigura del hombre que intenta salvarse de los precios. A éste siempre me lo he imaginado como un derrochador. Pero ¿no sería también una especie de derrochador el hombre que vive sin tiempo? El simple hecho de tener siempre tiempo lo distinguiría ya de rodos los demás, y tal vez su historia debería llamarse: el hombre que siempre tiene tiempo.

*** Hampstead. Apuntes rescatados 1954-1971 (1969). [Ed. GG: pág. 822]


Ni la soledad, ni los achaques, ni la aflicción de los viejos, nada es capaz de convertirte. Tu convicción es cautelosa e ineluctable como un tigre. ¿Será autosatisfacción? ¿Podrás decir sí al fragmento más pequeño de la Historia? Sin embargo, no deberá acabar.
¿Cómo podrían ser distintas las cosas después de esta Historia? ¿Será acaso posible ocultarla, negarla, modificarla? ¿Tienes tú una receta para ello?
No obstante, es posible que estemos viendo una Historia falsa. Quizá la verdadera sólo pueda revelarse cuando se haya derrotado a la muerte.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1972). [Ed. GG: pág. 398]


De los esfuerzos de unos cuantos por apartar de sí la muerte fue surgiendo la monstruosa estructura del poder.
Para que un solo individuo siguiera viviendo se exigía una infinidad de muertes. La confusión que de ellos surgió se llama Historia.
Aquí es donde debería empezar la verdadera Ilustración que establezca las bases del derecho de cada individuo a seguir viviendo.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1972). [Ed. GG: pág. 398]


Afluye por doquier, ese plañir. En absoluto se refiere a ti. Se dirige a otros, a los que ves vivir. No soportas los dolores que padecen. Quisieras evitarles todo lo que entrañe sufrimiento. ¿Cómo es eso?
Se debe a que no eres capaz de admitir nada tal como es. Pero tampoco lo que fue y ya ha pasado. Para ti toda la Historia es falsa. La lees con el corazón tembloroso. Quieres invalidarla. ¿Cómo se invalida la historia? ¿Mediante nuevos sufrimientos?

*** El suplicio de las moscas - Parte IX. [Ed. GG: pág. 684]


Para los historiadores, las guerras son algo, en cierto modo, sagrado; como tormentas benéficas o inevitables estallan en la esfera de lo sobrenatural e irrumpen en el curso evidente y ya esclarecido del mundo.
Aborrezco el respeto de los historiadores ante cualquier cosa por el simple hecho de que ha ocurrido, odio sus instrumentos de medición falseados y aplicados con posterioridad a los hechos, odio su impotencia, que se arrastra sobre el vientre ante cualquier forma de poder. ¡Esos cortesanos, esos aduladores, esos juristas siempre interesados! Uno quisiera despedazar la Historia de manera tal que sus jirones no pudieran ser encontrados por todo un enjambre de historiadores. La Historia escrita, con su impertinente tendencia a defenderlo todo, hace aún más desesperada la situación de la humanidad frente a todas las tradiciones mendaces. Cada cual encuentra en este arsenal sus propias armas, es un arsenal abierto e inagotable. Con los viejos y herrumbrosos trastos que yacían pacíficamente allí dentro, los hombres, fuera, empiezan a golpearse unos a otros. Los bandos muertos se dan luego la mano en señal de reconciliación y entran en la Historia. Los trastos herrumbrosos, que tuvieron el gran honor, son recogidos más tarde en el campo por los historiadores, esos buenos samaritanos, y devueltos al arsenal. Ellos se guardan muy bien, eso sí, de limpiar una sola gota de sangre. Desde que los hombres por cuyas venas corría están muertos, cada gota de sangre seca es sagrada.
Todo historiador tiene un arma vieja por la que siente especial predilección y la convierte en el centro de su historia.
Y allí se alza ella, bien erguida, como si fuera un símbolo de fertilidad, cuando en verdad es un asesino frío y petrificado.
Desde hace algún tiempo, no demasiado, los historiadores han puesto sus miras sobre todo en el papel. De abejas han pasado a convertirse en termitas y solamente digieren celulosa. Apartan la mirada de todos los colores de su época de abejas; y ciegos, en canales cubiertos, pues detestan la luz, se enfrentan a su viejo papel. No lo leen, se lo comen, y lo que devuelven es nuevamente devorado por otras termitas. En su ceguera, los historiadores se han vuelto naturalmente videntes. No hay pasado, por repugnante y odioso que haya sido, que no tenga un historiador capaz de imaginarle algún futuro. Sus sermones, creen ellos, constan de hechos antiguos; sus profecías están ya demostradas mucho antes de que hayan podido cumplirse. Además del papel, también aman las piedras, aunque no se las comen ni las digieren. Se limitan a ordenarlas en ruinas siempre nuevas y completan lo que falta con palabras torpes.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 39-40]


Si se lleva a cabo seriamente, el estudio del poder conlleva enormes peligros. Aceptamos metas erróneas en cuanto han sido alcanzadas y superadas hace tiempo. La magnanimidad y la dignidad nos llevan a disculpar allí donde menos deberíamos hacerlo. Los poderosos y los que aspiran a serlo, en todos sus disfraces, utilizan al mundo, y el mundo es para ellos todo lo que encuentran por delante. No les queda tiempo para cuestionar seriamente nada. Aquello que alguna vez engendró masas deberá ayudarlos a generar sus propias masas. Revisan, pues, la Historia buscando fértiles campos de pastoreo y se instalan al punto donde quiera que encuentren la posibilidad de engordar nuevamente. Imperios antiguos o Dios, guerra o paz, todo se ofrece a ellos, que eligen lo que más hábilmente puedan manipular. No existe ninguna diferencia real entre los poderosos; y esto resulta de pronto evidente cuando las guerras han durado ya un buen tiempo y los contrincantes tienen que equiparse entre sí por mor de su victoria. Todo es éxito, y el éxito es lo mismo en todas partes. Tan sólo ha cambiado una cosa: el número cada vez mayor de gente ha llevado a la formación de masas cada vez más grandes. Aquello que se descarga en algún lugar de la Tierra se descarga en todas partes; ningún exterminio tiene ya límites. Sin embargo, los poderosos, con sus viejos objetivos, siguen viviendo en su antiguo mundo limitado. Ellos son los verdaderos provincianos y aldeanos de esta época y no hay nada más ajeno al mundo que el realismo de los ministros y los gabinetes ministeriales, con excepción del realismo de los dictadores, que se consideran más realistas todavía. En su lucha contra las formas esclerotizadas de la fe, los ilustrados dejaron intacta una religión, la más delirante de todas: la religión del poder. Ha habido dos actitudes en relación con ella: una, a largo plazo la más peligrosa de ambas, prefería no hablar de ella y seguir practicándola tácitamente de modo tradicional, fortalecida por los modelos inagotables y, por desgracia, inmortales de la Historia. La otra, mucho más agresiva, se glorificó a sí misma primero antes de entrar en acción, presentándose públicamente como religión en lugar de las moribundas religiones del amor, a las que escarneció con violencia y malicia. Anunció: Dios es poder y todo el que puede es su profeta.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 41-42]


El mundo se mueve hoy a una velocidad vertiginosa. Semejante aceleración nos resulta familiar por las guerras y revoluciones. Pero ahora constituye un movimiento en sí, antes de tas guerras o sin ellas; incluso las revoluciones son ahora polivalentes.
Son movimientos de masas y responden a una nueva dinámica, en la que nadie ha podido calar hondo todavía; por ello resultan difícilmente comprensibles y sus síntomas son mudables.
Uno los da por buenos porque disuelven rigideces, muy reseco tendría que estar alguien para no aprobar su advenimiento. Pero nadie sabe adonde nos llevarán. Hay un hecho incontestable: la Historia no sigue un curso predecible. Permanece siempre abierta. Nadie actúa según su sentido, ya que nadie lo conoce. Lo más probable es que no lo tenga. Eso significaría que, al estar abierta, siempre es influencia-ble, y, por decirlo de algún modo, está en nuestras manos. Tai vez estas manos sean demasiado débiles para hacer algo con ella. Pero como tampoco estamos seguros de esto, debemos intentarlo.

*** El suplicio de las moscas - Parte IX. [Ed. GG: pp. 688-689]

Wednesday, June 12, 2013

[Letra G] - Guerra


Letra G

GUERRA

¡Que esa cara nos haya llevado a esta guerra y nosotros no la hayamos aniquilado! Y eso que somos millones, y la Tierra está repleta de armas, provista de municiones para tres mil años, y esa cara sigue estando allí, desplegada encima de nosotros, la figura grotesca y siniestra de la Gorgona, y nosotros, todos, petrificados en el crimen.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 9]


Él me robó la oreja izquierda. Yo le quité el ojo derecho. Él me birló catorce dientes. Yo le cocí los labios. Él hizo hervir mi trasero. Yo le di la vuelta a su corazón. Él se comió mi hígado. Yo me bebí su sangre. - Guerra.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 19]


En la Conferencia de Paz se decide dar a Europa la oportunidad justa de la que se ha hecho merecedora en una guerra difícil y que dura ya varios años. Todo deberá empezar de nuevo ahora mismo. Y para que esto sea posible, se crea una flota interterritorial de bombarderos que destruya todas las ciudades que, por casualidad, aún hayan quedado en pie.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 20]


De todas formas, han vencido los que por la fuerza han retrotraído el mundo a la estructura psíquica de la guerra. Bien pueden desaparecer todos hasta el último: dejarán como herencia la guerra y las próximas guerras.


*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 31]

Las guerras se hacen por mor de sí mismas. Y mientras no admitamos esto, será imposible combatirlas de verdad.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 31]


Desde que empezó la guerra, las ideas y las frases se han vuelto breves, adaptándose al tono de las órdenes. La gente está dispuesta a todo, excepto a prolongar y continuar cuanto haya surgido en este período. Querría dejarlo tras de sí como las ráfagas disparadas por una ametralladora. Nadie sabe quién volverá a casa, y nadie sabe dónde estará en casa. De ahí que nadie se instale demasiado en ninguna frase y todos se limiten a rozar muchas como si fueran hojas que orillan un camino. El periódico, «donde cada día aparece algo diferente», y el comunicado radiofónico son los monos del momento actual; en cuanto los divisamos en un árbol, ellos ya han saltado al siguiente. El Matusalén de la guerra no supera el día de vida, las existencias normales se miden por horas. Al parecer, se ha dado el caso de alguien que no sabía por qué causa había combatido el momento anterior, y algunos dicen que cien mil muertos difuminan el objetivo más claro. No en todas partes se alejan los cadáveres flotando por dóciles ríos. Los hornos crematorios rodantes a menudo llegan con retraso. Más recomendables eran las bien ensambladas torres de cráneos humanos que construían los tártaros; ofrecían una amplia perspectiva. Sin embargo, la utilización de los corazones e intestinos de los muertos ha hecho progresos y no es de excluir que se devuelvan a la vida cadáveres de la propia gen- te utilizando los del enemigo; en tal caso, las guerras tendrían ese significado más profundo, presentido solamente por sus profetas. No se ha llegado demasiado lejos en la interpretación de fenómenos tan colosales, aunque ya los números dan a entender que ha de tratarse de fenómenos de importancia vital, pues ¿morirían acaso millones de personas en vano? ¿Y morirían con gusto y se enorgullecerían de ello, disputándose la precedencia? Son siempre los números lo que avergüenza al escéptico. A los hombres no les gusta morir y en la guerra mueren por millones. Las guerras deben tener, pues, una significación muy particular y quizá́ lo único que no se ha sabido es pulverizar debidamente los cadáveres del enemigo. Los cazadores de cabezas y los caníbales han sido objeto de nuestro escarnio y nuestras burlas; no obstante, en esos hijos de la naturaleza hay un fondo bueno, y así́ como entienden de hierbas medicinales y venenos, seguro que sabrán muy bien, en cualquier caso mejor que nosotros, por qué deben comerse precisamente a sus enemigos. Hay algo que no se les puede negar: son consecuentes, y el ridículo sentimentalismo de nuestra pseudocultura no los ha llevado a desdeñar un corazón por el simple hecho de que pertenezca a un hombre, todo lo contrario: lo prefieren a los corazones de animales.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 32-33]


La guerra es algo tan correctamente organizado que la gente acaba sintiéndose en ella como en casa.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 34]


Desde que se sientan en sillones y comen sentados a mesas, hacen guerras más largas.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 34]


Tal vez desprecio tanto la acción por el simple hecho de que desearía que cualquier acción, por mínima que fuese, tuviera una significación general, proyectara su sombra de manera muy especifica y cubriera a la vez el cielo y la tierra. Sin embargo, el verdadero hacer de los hombres se ha atomizado y todos tienen que colisionar violentamente unos con otros para darse cuenta de que cada uno de ellos hace algo. ¡Qué vacío hay entre ellos! ¡Qué humillación tan intensa! ¡Qué frenesí́ tan absurdo el de todos! Pues son caldeados desde fuera y se alborotan y desenfrenan cada vez más rápidamente. Su primer mandamiento es: ¡Haz! Y lo que hagan es ya casi indiferente. Podría pensarse que es la mano, victima a su vez de una furia frenética, la que los impulsa a pasar de una acción a otra, y la verdad es que sus pies tienen cada vez menos importancia. Se les podría cercenar simultáneamente las manos a todos; pero cabria temer que entonces presionarían botones con la nariz, botones no menos peligrosos. Ellos hacen, y lo que hacen es fútil, y como es fútil, es malo. Cierto es que cuentan con una vida breve, pero ni siquiera el instante les resulta sagrado. Por una acción sacrificarían cualquier vida ajena, y a menudo la suya propia. Son los papagayos de los dioses y consultan con ellos sobre las acciones, una de las cuales es siempre grata a los dioses, sobre todo la de matar. Del ritual del sacrificio surgió́, según se dice, toda una literatura sapiencial; y así́, la sapiencia misma sería hija de la acción. Muchos de ellos creen esto, y para muchos más la guerra ha ocupado el lugar del sacrificio: la matanza es más preciosa y dura más tiempo. Es perfectamente posible que la acción ya no pueda separarse del matar, Y si la Tierra no quiere perecer en un final grandioso, los hombres tendrían que desacostumbrarse por entero de la acción. Ojalá se sentaran frente a sus casas en ruinas, con las piernas cruzadas, misteriosamente alimentados por su respiración y sus sueños, y sólo movieran un dedo para espantar a una mosca, cuya diligencia los molesta porque le recuerda la antigua época, ya superada y vergonzante, la época de los átomos y de la acción.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 38-39]


La tristeza a él ya no le inspira palabras cálidas; se ha vuelto fría y dura como La guerra. ¿Quién puede quejarse todavía?
En carros de combate y bombarderos hay criaturas programadas que aprietan botones con sus dedos y saben perfectamente por qué. Lo hacen todo como es debido. Cada una de ellas sabe más que el Senado romano en su conjunto. Ninguna de ellas sabe nada. Algunas sobrevivirán, y en una época inconcebiblemente lejana, que se llama paz, serán programadas de nuevo para realizar otros trabajos.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 47-48]


¿Cantar? ¿Cantar sobre qué? Sobre las cosas más antiguas y poderosas que están muertas. También la guerra morirá́.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 53]


A veces sentimos que una guerra está tocando a su fin y nos alegramos como niños de que aún quede gente con vida y, antes de que termine, empezamos a llamarlos, y ellos responden; han sentido lo mismo.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 74]


El entrevero de voces y de caras en el que antes me sentía como en casa se me ha vuelto aborrecible. Me gusta vivir individualmente a los seres humanos. Cuando son varios, quiero tenerlos sentados uno al lado del otro, en orden, como en los trenes, y de mí ha de depender lo que mire primero. El caos ha perdido todo atractivo. Quiero poner orden y dar forma y no perderme ya en nada. Atrás han quedado los tiempos del abandonarse indiscriminadamente. El caos está de parte de la guerra. Desprecio la guerra aún más de lo que la aborrezco. Los numerosos individuos que se pasean por el centro, de permiso o, como siempre, en busca de placer, me parecen desertores de una causa suprema. Están dispuestos a regresar a su dócil cobardía, o bien es que han fingido todo el tiempo no saber nada. Tan sólo fuera de los locales, de noche, como sombras, cobran alguna verdad, ahí́ son como muertos que no saben que lo están; desde las callejuelas laterales que conducen a Piccadiily los observo largo rato, presa de una gran excitación. Avanzan cogidos unos de otros, y entonces se que entre ellos hay sombras femeninas. Lanzan unos cuantos gritos estridentes, de ese modo simulan más vida de la que les corresponde. Antes sólo se escuchaban voces. Mi inmensa fuerza se hallaba en el caos; estaba seguro de él como del mundo entero. Hoy en día incluso el caos ha hecho explosión. Nada estaba ensamblado con la suficiente absurdidad como para no disgregarse en algo todavía más absurdo, y donde quiera que olfatee, todo está cargado del olor a fuego extinguido.
Quizá́ hubiera sido mejor quedar totalmente abrasados. Los perturbados volverán a instalarse entre los restos. Prepararán su sopa en los volcanes y, felices, sazonarán su comida con azufre. Sin embargo, para aquellos cuyo corazón estuvo abierto ante esto, ante la más mínima cosa que ocurriera, ante cada ser humano, para estos ningún caos volverá́ a ser bello, nunca, y temblarán sobre todo ante lo más inimaginable, con un saber honesto y un temor vacío de toda esperanza.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pp. 86-87]


Quizá́ porque ni siquiera nos es lícito tomar aliento entre esta guerra y la próxima, ésta no llegará nunca.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pág. 90]


Wednesday, June 5, 2013

[Letra F] - Filósofo


Letra F


FILÓSOFO

Cada vez me resulta más claro que Francis Bacon es uno de esos personajes raros y centrales de los que podemos aprender todo cuanto, en general, queremos aprender de otros seres humanos. Él no sólo sabe cuanto se podía saber en su época, sino que lo comenta todo el tiempo y persigue objetivos claramente reconocibles con sus comentarios. Hay dos tipos de grandes espíritus: los abiertos y los cerrados. Él pertenece a los últimos: ama los objetivos, sus propósitos son limitados; siempre quiere algo y sabe lo que quiere. Instinto y conciencia coinciden plenamente en este tipo de hombres. Lo que se ha llamado el enigma de Bacon es el hecho de que careciera hasta tal punto de enigmas. Tiene mucho en común con Aristóteles, con el que siempre se mide; quiere relevarlo en su autoridad. Essex es su Alejandro. Mediante él quiere conquistar el mundo, y consagra a este proyecto muchos de sus mejores años. En cuanto ve que está condenado al fracaso, lo abandona fríamente. El poder en cualquiera de sus formas es lo que interesa a Bacon, Es un hombre sistemáticamente enamorado del poder, cuyos entresijos escudriña en su totalidad. Las coronas solas no le bastan, por grandioso que sea el resplandor que irradien. Sabe de qué modo es posible gobernar en secreto. Lo fascina particularmente el hecho de que, después de su muerte, un hombre siga gobernando como legislador y filósofo. Desprecia las injerencias de fuera, los milagros, salvo que sean medios conscientes para gobernar a los creyentes. A fin de quitar fuerza a los milagros transmitidos por la tradición, él mismo tiene que intentar hacer milagros. Su filosofía experimental es un método para arremeter contra los milagros y robarlos.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 58-59]


Toda página de cualquier obra filosófica, no importa dónde la abramos, nos tranquiliza: las tensas mallas de una red tejida tan ostensiblemente fuera de la realidad, ese prescindir del momento, ese grandioso desprecio por el mundo de los sentimientos, un mundo que también en el filósofo mismo sigue teniendo sus flujos y reflujos, esa seguridad de una apariencia que se ve a sí misma en la apariencia contraria y, sin embargo, no desiste, esa incesante imbricación con todas las ideas del pasado, de suerte que uno estira la mano y siente cómo este tipo de esterillas, exactamente este tipo, viene siendo tejido desde hace varios miles de años y sólo cambian los dibujos. ¿Qué artesanía se ha conservado mejor? ¿Qué alfarería ha sido producida siempre del mismo modo y sin solución de continuidad? Cualquiera que sea la filosofía de la cual nos ocupemos, ya sea de ésta, porque la conocemos mejor, ya sea de aquélla, porque no la conocemos en absoluto, en el fondo es siempre lo mismo: poner de relieve unas pocas, contadas palabras que se han ido empapando con las savias de todas las otras, y su prolongación en sinuosos meandros.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1947). [Ed. GG: pág. 133]


Lo que más me repugna de los filósofos es el proceso de vaciamiento de su pensamiento. Cuanto más a menudo y hábilmente emplean sus términos fundamentales, tanto menos queda del mundo que los rodea. Son como bárbaros en el interior de una casa alta y espaciosa, llena de obras maravillosas. Ellos están ahí en mangas de camisa y lo arrojan todo por las ventanas, de forma metódica e imperturbable: sillones, cuadros, bandejas, animales, niños, hasta que no quede nada, salvo espacios totalmente vacíos. A veces también salen volando las puertas y las ventanas. Queda en pie la casa desnuda. Y ellos se imaginan que con estas devastaciones todo está mejor.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1951). [Ed. GG: pág. 182]


En Hobbes aún me sigue atrayendo todo: su valentía espiritual, la valentía de un hombre lleno de miedo; su soberana erudición que, con un instinto sin par, siente lo que debe confrontar dentro de sí y lo que debe dejar de lado porque está vacío y agotado; su reserva, que le permite guardar para sí, durante decenios, pensamientos maduros y vigorosos, decidir él solo el momento adecuado para ellos, sin dejarse influenciar ni enternecer; la alegría ante este círculo cerrado de enemigos que lo rodean, él, que es su propio partido, que deja que algunos se imaginen que pueden utilizarlo, pero que sabe defenderse contra cualquier abuso, y que, sin pretender nunca el poder rastrero, sólo hace exactamente lo necesario para que sus pensamientos sean escuchados; su constancia entre toda la vivacidad y frescura de su espíritu; su recelo ante los conceptos -¿qué otra cosa es su «materialismo» y también Su longevidad. A veces me pregunto si en mi atracción por c! no desempeñan un papel exagerado esos noventa y un años que vivió. Pues con los resultados de su pensamiento en cuanto tal no estoy casi nunca de acuerdo: su superstición matemática no me dice nada, y su concepción del poder es justamente la que yo aspiro a destruir.
Pese a lo cual, confío en él; los procesos de su vida y de su pensamiento me parecen auténticos. Es el adversario al cual escucho; jamás me aburre, y admiro la concisión y la fuerza de su lenguaje. La superstición conceptual de algunos filósofos posteriores me resulta mil veces más desagradable que su superstición matemática. Yo confío en él y en sus años. Deseo para mí, es cierto, tantos años como los que él vivió, pues ¿cómo podría yo de otro modo llegar a tener la misma constancia, confirmar y corroborar mis experiencias fundamentales?; esas vivencias son hoy las mismas para todo el mundo, sólo hay que dejarles tiempo para que lo penetren a uno por completo.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1951). [Ed. GG: pp. 190-191]

La realidad de lo fantástico en Zhuang Zi. Lo fantástico jamás es reducido a algo ideal. Lo intangible es la realidad misma, y no algo que está detrás de ella.
En el taoísmo siempre me ha atraído el hecho de que conozca y apruebe la metamorfosis, sin acceder a la posición del idealismo hindú o europeo.
El taoísmo otorga un valor inmenso a la longevidad y a la inmortalidad en esta vida, y las múltiples y muy variadas formas que ayuda a conseguir son de aquí. Es la religión de los poetas, aunque éstos no lo sepan.
La tensión existente entre las tres principales doctrinas chinas, entre Mencio, Mo Zi y Zhuang Zi, me parece algo actual, la tensión en el hombre moderno tampoco podría concebirse con mayor precisión. La tradicional tensión europea entre lo «mundano» y lo «trascendente» se me antoja falaz y artificial.
No hay ninguna lectura que concierna tanto al hombre de hoy como la de los antiguos filósofos chinos. En ellos se prescinde de todo lo que no es esencial. En la medida de lo posible, nos ahorran la deformación impuesta por lo conceptual. La definición no es un fin en sí misma. Se trata siempre de las posibles actitudes ante la vida y no ante los conceptos.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1970). [Ed. GG: pp. 363-364]

Los filósofos que quisieran entregarnos la muerte como algo que debemos llevar, como si desde un principio hubiera estado en nosotros.
No soportan verla sólo al final, prefieren prolongarla hacia atrás, hasta el principio, convirtiéndola en el acompañante más íntimo de toda la vida, y así, bajo esta forma atenuada y familiar, les resulta tolerable.
No comprenden que de este modo le dan más poder del que le corresponde. «No importa nada que mueras», parecen decir, «de todas formas has estado siempre muerto.» No intuyen que se hacen culpables de una artimaña vil y cobarde, pues así paralizan la fuerza de quienes podrían ponerse en guardia contra la muerte. Impiden el único combate por el que sería digno combatir. Convierten en sabiduría lo que es capitulación. Persuaden a todos a ser tan cobardes como ellos mismos.
Los que, entre ellos, se consideran cristianos envenenan así la verdadera esencia de su fe, que sacó su fuerza de la superación de la muerte. Todas las resurrecciones que Cristo consiguió en los Evangelios carecerían, según ellos, de sentido.
«¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» No hay ningún aguijón, dicen ellos, pues la muerte ha estado siempre ahí, incrustada en la vida como su hermana siamesa.
Entregan al hombre a la muerte como a una sangre invisible que fluye sin cesar por sus venas. ¿Habrá que llamarla la sangre de la resignación, la sombra secreta de la verdadera sangre, que se renueva incesantemente para vivir?
El instinto de muerte freudiano es un descendiente de antiguas y oscuras doctrinas filosóficas, pero es más peligroso que éstas, pues se arropa con términos biológicos, que tienen el prestigio de la modernidad.
Esta psicología, que no es ninguna filosofía, vive de la peor herencia de ésta..

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1971). [Ed. GG: pp. 386-387]

¿Por qué siempre quieres explicar? ¿Por qué siempre quieres descubrir detrás algo oculto, y más oculto, y siempre oculto?
¿Cómo sería una vida en la superficie? ¿Feliz? ¿Y habría que despreciarla sólo por eso? Quizá haya mucho más en la superficie, quizá todo lo que no es superficie sea falso, quizá tú vivas entre quimeras en permanente cambio, no tan hermosas como los dioses, pero sí vaciadas como las de los filósofos.
Quizá te valdría más yuxtaponer palabras (ya que han de ser palabras), pero siempre andas en pos de algún sentido, como si aquello que inventas pudiera darle al mundo un sentido del cual carece.

*** Hampstead. (1957-1959). [Ed. GG: pág. 716]