Letra F
FILÓSOFO
Cada vez me resulta más claro que Francis Bacon es uno de esos personajes raros y centrales de los
que podemos aprender todo cuanto, en general, queremos aprender de otros seres
humanos. Él no sólo sabe cuanto se podía saber en su época, sino que lo comenta
todo el tiempo y persigue objetivos claramente reconocibles con sus
comentarios. Hay dos tipos de grandes espíritus: los abiertos y los cerrados.
Él pertenece a los últimos: ama los objetivos, sus propósitos son limitados;
siempre quiere algo y sabe lo que quiere. Instinto y conciencia coinciden
plenamente en este tipo de hombres. Lo que se ha llamado el enigma de Bacon es
el hecho de que careciera hasta tal punto de enigmas. Tiene mucho en común con
Aristóteles, con el que siempre se mide; quiere relevarlo en su autoridad.
Essex es su Alejandro. Mediante él quiere conquistar el mundo, y consagra a
este proyecto muchos de sus mejores años. En cuanto ve que está condenado al
fracaso, lo abandona fríamente. El poder en cualquiera de sus formas es lo que
interesa a Bacon, Es un hombre sistemáticamente enamorado del poder, cuyos
entresijos escudriña en su totalidad. Las coronas solas no le bastan, por
grandioso que sea el resplandor que irradien. Sabe de qué modo es posible
gobernar en secreto. Lo fascina particularmente el hecho de que, después de su
muerte, un hombre siga gobernando como legislador y filósofo. Desprecia las
injerencias de fuera, los milagros, salvo que sean medios conscientes para
gobernar a los creyentes. A fin de quitar fuerza a los milagros transmitidos
por la tradición, él mismo tiene que intentar hacer milagros. Su filosofía experimental es un método para
arremeter contra los milagros y robarlos.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943).
[Ed. GG: pp. 58-59]
Toda página de cualquier obra filosófica, no importa dónde la
abramos, nos tranquiliza: las tensas
mallas de una red tejida tan ostensiblemente fuera de la realidad, ese
prescindir del momento, ese grandioso desprecio por el mundo de los
sentimientos, un mundo que también en el filósofo mismo sigue teniendo sus flujos
y reflujos, esa seguridad de una apariencia que se ve a sí misma en la
apariencia contraria y, sin embargo, no desiste, esa incesante imbricación con
todas las ideas del pasado, de suerte que uno estira la mano y siente cómo este
tipo de esterillas, exactamente este tipo, viene siendo tejido desde hace
varios miles de años y sólo cambian los dibujos. ¿Qué artesanía se ha
conservado mejor? ¿Qué alfarería ha sido producida siempre del mismo modo y sin
solución de continuidad? Cualquiera que sea la filosofía de la cual nos
ocupemos, ya sea de ésta, porque la conocemos mejor, ya sea de aquélla, porque
no la conocemos en absoluto, en el fondo es siempre lo mismo: poner de relieve
unas pocas, contadas palabras que se han ido empapando con las savias de todas las
otras, y su prolongación en sinuosos meandros.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1947).
[Ed. GG: pág. 133]
Lo que más me repugna de los filósofos es el proceso de vaciamiento de su pensamiento. Cuanto
más a menudo y hábilmente emplean sus términos fundamentales, tanto menos queda
del mundo que los rodea. Son como bárbaros en el interior de una casa alta y
espaciosa, llena de obras maravillosas. Ellos están ahí en mangas de camisa y
lo arrojan todo por las ventanas, de forma metódica e imperturbable: sillones,
cuadros, bandejas, animales, niños, hasta que no quede nada, salvo espacios
totalmente vacíos. A veces también salen volando las puertas y las ventanas.
Queda en pie la casa desnuda. Y ellos se imaginan que con estas devastaciones
todo está mejor.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1951).
[Ed. GG: pág. 182]
En Hobbes aún me sigue
atrayendo todo: su valentía espiritual, la valentía de un hombre lleno de
miedo; su soberana erudición que, con un instinto sin par, siente lo que debe
confrontar dentro de sí y lo que debe
dejar de lado porque está vacío y agotado; su reserva, que le permite guardar
para sí, durante decenios, pensamientos maduros y vigorosos, decidir él solo el
momento adecuado para ellos, sin dejarse influenciar ni enternecer; la alegría
ante este círculo cerrado de enemigos que lo rodean, él, que es su propio
partido, que deja que algunos se imaginen que pueden utilizarlo, pero que sabe
defenderse contra cualquier abuso, y que, sin pretender nunca el poder
rastrero, sólo hace exactamente lo necesario para que sus pensamientos sean
escuchados; su constancia entre toda la vivacidad y frescura de su espíritu; su
recelo ante los conceptos -¿qué otra cosa es su «materialismo» y también Su
longevidad. A veces me pregunto si en mi atracción por c! no desempeñan un
papel exagerado esos noventa y un años que vivió. Pues con los resultados de su
pensamiento en cuanto tal no estoy casi nunca de acuerdo: su superstición
matemática no me dice nada, y su concepción del poder es justamente la que yo
aspiro a destruir.
Pese a lo cual, confío
en él; los procesos de su vida y de su pensamiento me parecen auténticos. Es el
adversario al cual escucho; jamás me aburre, y admiro la concisión y la fuerza de
su lenguaje. La superstición conceptual de algunos filósofos posteriores me
resulta mil veces más desagradable que su superstición matemática. Yo confío en
él y en sus años. Deseo para mí, es cierto, tantos años como los que él vivió,
pues ¿cómo podría yo de otro modo llegar a tener la misma constancia, confirmar
y corroborar mis experiencias
fundamentales?; esas vivencias son hoy las mismas para todo el mundo, sólo hay
que dejarles tiempo para que lo penetren a uno por completo.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1951).
[Ed. GG: pp. 190-191]
La realidad de lo fantástico en Zhuang Zi. Lo fantástico jamás es
reducido a algo ideal. Lo intangible es la realidad misma, y no algo que está
detrás de ella.
En el taoísmo siempre me ha atraído el hecho de que conozca y
apruebe la metamorfosis, sin acceder a la posición del idealismo hindú o
europeo.
El taoísmo otorga un valor inmenso a la longevidad y a la
inmortalidad en esta vida, y las
múltiples y muy variadas formas que ayuda a conseguir son de aquí. Es la
religión de los poetas, aunque éstos no lo sepan.
La tensión existente entre las tres principales doctrinas chinas,
entre Mencio, Mo Zi y Zhuang Zi, me parece algo actual, la tensión en el hombre
moderno tampoco podría concebirse con mayor precisión. La tradicional tensión
europea entre lo «mundano» y lo «trascendente» se me antoja falaz y artificial.
No hay ninguna lectura que concierna tanto al hombre de hoy como
la de los antiguos filósofos chinos. En ellos se prescinde de todo lo que no es
esencial. En la medida de lo posible, nos ahorran la deformación impuesta por
lo conceptual. La definición no es un fin en sí misma. Se trata siempre de las
posibles actitudes ante la vida y no ante los conceptos.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1970).
[Ed. GG: pp. 363-364]
Los filósofos que quisieran entregarnos
la muerte como algo que debemos llevar,
como si desde un principio hubiera estado en nosotros.
No soportan verla sólo al final, prefieren prolongarla hacia
atrás, hasta el principio, convirtiéndola en el acompañante más íntimo de toda
la vida, y así, bajo esta forma atenuada y familiar, les resulta tolerable.
No comprenden que de este modo le dan más poder del que le
corresponde. «No importa nada que mueras», parecen decir, «de todas formas has
estado siempre muerto.» No intuyen que se hacen culpables de una artimaña vil y
cobarde, pues así paralizan la fuerza de quienes podrían ponerse en guardia
contra la muerte. Impiden el único combate por el que sería digno combatir.
Convierten en sabiduría lo que es capitulación. Persuaden a todos a ser tan
cobardes como ellos mismos.
Los que, entre ellos, se consideran cristianos envenenan así la
verdadera esencia de su fe, que sacó su fuerza de la superación de la muerte.
Todas las resurrecciones que Cristo consiguió en los Evangelios carecerían,
según ellos, de sentido.
«¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» No hay ningún aguijón, dicen
ellos, pues la muerte ha estado siempre ahí, incrustada en la vida como su
hermana siamesa.
Entregan al hombre a la muerte como a una sangre invisible que
fluye sin cesar por sus venas. ¿Habrá que llamarla la sangre de la resignación,
la sombra secreta de la verdadera sangre, que se renueva incesantemente para
vivir?
El instinto de muerte freudiano es un descendiente de antiguas y
oscuras doctrinas filosóficas, pero es más peligroso que éstas, pues se arropa
con términos biológicos, que tienen el prestigio de la modernidad.
Esta psicología, que no es ninguna filosofía, vive de la peor
herencia de ésta..
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1971).
[Ed. GG: pp. 386-387]
¿Por qué siempre quieres explicar? ¿Por qué siempre quieres
descubrir detrás algo oculto, y más
oculto, y siempre oculto?
¿Cómo sería una vida en la superficie? ¿Feliz? ¿Y habría que
despreciarla sólo por eso? Quizá haya mucho más en la superficie, quizá todo lo
que no es superficie sea falso, quizá tú vivas entre quimeras en permanente
cambio, no tan hermosas como los dioses, pero sí vaciadas como las de los
filósofos.
Quizá te valdría más yuxtaponer palabras (ya que han de ser
palabras), pero siempre andas en pos de algún sentido, como si aquello que inventas pudiera darle al mundo un
sentido del cual carece.
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