Wednesday, June 12, 2013

[Letra G] - Guerra


Letra G

GUERRA

¡Que esa cara nos haya llevado a esta guerra y nosotros no la hayamos aniquilado! Y eso que somos millones, y la Tierra está repleta de armas, provista de municiones para tres mil años, y esa cara sigue estando allí, desplegada encima de nosotros, la figura grotesca y siniestra de la Gorgona, y nosotros, todos, petrificados en el crimen.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 9]


Él me robó la oreja izquierda. Yo le quité el ojo derecho. Él me birló catorce dientes. Yo le cocí los labios. Él hizo hervir mi trasero. Yo le di la vuelta a su corazón. Él se comió mi hígado. Yo me bebí su sangre. - Guerra.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 19]


En la Conferencia de Paz se decide dar a Europa la oportunidad justa de la que se ha hecho merecedora en una guerra difícil y que dura ya varios años. Todo deberá empezar de nuevo ahora mismo. Y para que esto sea posible, se crea una flota interterritorial de bombarderos que destruya todas las ciudades que, por casualidad, aún hayan quedado en pie.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 20]


De todas formas, han vencido los que por la fuerza han retrotraído el mundo a la estructura psíquica de la guerra. Bien pueden desaparecer todos hasta el último: dejarán como herencia la guerra y las próximas guerras.


*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 31]

Las guerras se hacen por mor de sí mismas. Y mientras no admitamos esto, será imposible combatirlas de verdad.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1942). [Ed. GG: pág. 31]


Desde que empezó la guerra, las ideas y las frases se han vuelto breves, adaptándose al tono de las órdenes. La gente está dispuesta a todo, excepto a prolongar y continuar cuanto haya surgido en este período. Querría dejarlo tras de sí como las ráfagas disparadas por una ametralladora. Nadie sabe quién volverá a casa, y nadie sabe dónde estará en casa. De ahí que nadie se instale demasiado en ninguna frase y todos se limiten a rozar muchas como si fueran hojas que orillan un camino. El periódico, «donde cada día aparece algo diferente», y el comunicado radiofónico son los monos del momento actual; en cuanto los divisamos en un árbol, ellos ya han saltado al siguiente. El Matusalén de la guerra no supera el día de vida, las existencias normales se miden por horas. Al parecer, se ha dado el caso de alguien que no sabía por qué causa había combatido el momento anterior, y algunos dicen que cien mil muertos difuminan el objetivo más claro. No en todas partes se alejan los cadáveres flotando por dóciles ríos. Los hornos crematorios rodantes a menudo llegan con retraso. Más recomendables eran las bien ensambladas torres de cráneos humanos que construían los tártaros; ofrecían una amplia perspectiva. Sin embargo, la utilización de los corazones e intestinos de los muertos ha hecho progresos y no es de excluir que se devuelvan a la vida cadáveres de la propia gen- te utilizando los del enemigo; en tal caso, las guerras tendrían ese significado más profundo, presentido solamente por sus profetas. No se ha llegado demasiado lejos en la interpretación de fenómenos tan colosales, aunque ya los números dan a entender que ha de tratarse de fenómenos de importancia vital, pues ¿morirían acaso millones de personas en vano? ¿Y morirían con gusto y se enorgullecerían de ello, disputándose la precedencia? Son siempre los números lo que avergüenza al escéptico. A los hombres no les gusta morir y en la guerra mueren por millones. Las guerras deben tener, pues, una significación muy particular y quizá́ lo único que no se ha sabido es pulverizar debidamente los cadáveres del enemigo. Los cazadores de cabezas y los caníbales han sido objeto de nuestro escarnio y nuestras burlas; no obstante, en esos hijos de la naturaleza hay un fondo bueno, y así́ como entienden de hierbas medicinales y venenos, seguro que sabrán muy bien, en cualquier caso mejor que nosotros, por qué deben comerse precisamente a sus enemigos. Hay algo que no se les puede negar: son consecuentes, y el ridículo sentimentalismo de nuestra pseudocultura no los ha llevado a desdeñar un corazón por el simple hecho de que pertenezca a un hombre, todo lo contrario: lo prefieren a los corazones de animales.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 32-33]


La guerra es algo tan correctamente organizado que la gente acaba sintiéndose en ella como en casa.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 34]


Desde que se sientan en sillones y comen sentados a mesas, hacen guerras más largas.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 34]


Tal vez desprecio tanto la acción por el simple hecho de que desearía que cualquier acción, por mínima que fuese, tuviera una significación general, proyectara su sombra de manera muy especifica y cubriera a la vez el cielo y la tierra. Sin embargo, el verdadero hacer de los hombres se ha atomizado y todos tienen que colisionar violentamente unos con otros para darse cuenta de que cada uno de ellos hace algo. ¡Qué vacío hay entre ellos! ¡Qué humillación tan intensa! ¡Qué frenesí́ tan absurdo el de todos! Pues son caldeados desde fuera y se alborotan y desenfrenan cada vez más rápidamente. Su primer mandamiento es: ¡Haz! Y lo que hagan es ya casi indiferente. Podría pensarse que es la mano, victima a su vez de una furia frenética, la que los impulsa a pasar de una acción a otra, y la verdad es que sus pies tienen cada vez menos importancia. Se les podría cercenar simultáneamente las manos a todos; pero cabria temer que entonces presionarían botones con la nariz, botones no menos peligrosos. Ellos hacen, y lo que hacen es fútil, y como es fútil, es malo. Cierto es que cuentan con una vida breve, pero ni siquiera el instante les resulta sagrado. Por una acción sacrificarían cualquier vida ajena, y a menudo la suya propia. Son los papagayos de los dioses y consultan con ellos sobre las acciones, una de las cuales es siempre grata a los dioses, sobre todo la de matar. Del ritual del sacrificio surgió́, según se dice, toda una literatura sapiencial; y así́, la sapiencia misma sería hija de la acción. Muchos de ellos creen esto, y para muchos más la guerra ha ocupado el lugar del sacrificio: la matanza es más preciosa y dura más tiempo. Es perfectamente posible que la acción ya no pueda separarse del matar, Y si la Tierra no quiere perecer en un final grandioso, los hombres tendrían que desacostumbrarse por entero de la acción. Ojalá se sentaran frente a sus casas en ruinas, con las piernas cruzadas, misteriosamente alimentados por su respiración y sus sueños, y sólo movieran un dedo para espantar a una mosca, cuya diligencia los molesta porque le recuerda la antigua época, ya superada y vergonzante, la época de los átomos y de la acción.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 38-39]


La tristeza a él ya no le inspira palabras cálidas; se ha vuelto fría y dura como La guerra. ¿Quién puede quejarse todavía?
En carros de combate y bombarderos hay criaturas programadas que aprietan botones con sus dedos y saben perfectamente por qué. Lo hacen todo como es debido. Cada una de ellas sabe más que el Senado romano en su conjunto. Ninguna de ellas sabe nada. Algunas sobrevivirán, y en una época inconcebiblemente lejana, que se llama paz, serán programadas de nuevo para realizar otros trabajos.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 47-48]


¿Cantar? ¿Cantar sobre qué? Sobre las cosas más antiguas y poderosas que están muertas. También la guerra morirá́.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 53]


A veces sentimos que una guerra está tocando a su fin y nos alegramos como niños de que aún quede gente con vida y, antes de que termine, empezamos a llamarlos, y ellos responden; han sentido lo mismo.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 74]


El entrevero de voces y de caras en el que antes me sentía como en casa se me ha vuelto aborrecible. Me gusta vivir individualmente a los seres humanos. Cuando son varios, quiero tenerlos sentados uno al lado del otro, en orden, como en los trenes, y de mí ha de depender lo que mire primero. El caos ha perdido todo atractivo. Quiero poner orden y dar forma y no perderme ya en nada. Atrás han quedado los tiempos del abandonarse indiscriminadamente. El caos está de parte de la guerra. Desprecio la guerra aún más de lo que la aborrezco. Los numerosos individuos que se pasean por el centro, de permiso o, como siempre, en busca de placer, me parecen desertores de una causa suprema. Están dispuestos a regresar a su dócil cobardía, o bien es que han fingido todo el tiempo no saber nada. Tan sólo fuera de los locales, de noche, como sombras, cobran alguna verdad, ahí́ son como muertos que no saben que lo están; desde las callejuelas laterales que conducen a Piccadiily los observo largo rato, presa de una gran excitación. Avanzan cogidos unos de otros, y entonces se que entre ellos hay sombras femeninas. Lanzan unos cuantos gritos estridentes, de ese modo simulan más vida de la que les corresponde. Antes sólo se escuchaban voces. Mi inmensa fuerza se hallaba en el caos; estaba seguro de él como del mundo entero. Hoy en día incluso el caos ha hecho explosión. Nada estaba ensamblado con la suficiente absurdidad como para no disgregarse en algo todavía más absurdo, y donde quiera que olfatee, todo está cargado del olor a fuego extinguido.
Quizá́ hubiera sido mejor quedar totalmente abrasados. Los perturbados volverán a instalarse entre los restos. Prepararán su sopa en los volcanes y, felices, sazonarán su comida con azufre. Sin embargo, para aquellos cuyo corazón estuvo abierto ante esto, ante la más mínima cosa que ocurriera, ante cada ser humano, para estos ningún caos volverá́ a ser bello, nunca, y temblarán sobre todo ante lo más inimaginable, con un saber honesto y un temor vacío de toda esperanza.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pp. 86-87]


Quizá́ porque ni siquiera nos es lícito tomar aliento entre esta guerra y la próxima, ésta no llegará nunca.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pág. 90]


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