Letra L
LECTURA
Cuanto más
exactos son los relatos de viajes que leemos sobre los pueblos «primitivos»,
más intensamente sentimos la necesidad de no preocuparnos de las teorías
etnológicas predominantes o controvertidas y comenzar a pensar otra vez desde
el principio. Lo más importante, aquello por lo que más nos interesamos en
primer término, es siempre dejado fuera en las teorías. Tenemos que hacer
nuestra selección nosotros mismos, ¡Cómo podemos confiar en las reflexiones de
personas cuyo fuerte no estaba para nada en el pensamiento, cuya imaginación se
hallaba paralizada por su exactitud y a las que importaba más la integridad que
la claridad; personas que vivían para coleccionar y dejaban el conocer en un
segundo plano; personas cuya estrechez de miras podía llevarlas a despreciar o
amar de modo exclusivo lo que veían? El viajero de antes era simplemente
curioso, salvo que su deseo exclusivo fuera captar almas, o cualquier otro
botín. El etnólogo moderno es metódico, sus estudios lo capacitan para
observar, mas no para pensar en forma creativa, está equipado con las más finas
redes, cuyo primer prisionero es él mismo. Nunca le agradeceremos bastante el
material que nos aporta; merece los monumentos que antaño se erigían a los
reyes y presidentes. Pero los relatos de los antiguos viajeros deberían
conservarse mejor aún que las más valiosas obras de arte. Pensar, no obstante,
es una actividad que debemos realizar nosotros mismos. No debemos aceptar
ninguna creencia ni convicción ajenas, y a las conclusiones a las que lleguemos
después de atentas y copiosas lecturas debemos dejarles tiempo y aire que las
revitalice. Poco es lo que ganamos repitiendo viejas teorías. Al utilizar el
rico material que proporcionan los viajeros y que, por cierto, no escasea en
nuestros días, debemos acceder a una visión íntegra y serena de los hombres y
de la vida que llevan, tan distinta en cada lugar. No es lícito ensamblar
rasgos y detalles aislados, su proximidad es fortuita y artificial. Conservemos
en nuestro interior aquello que se deje unir para formar un conjunto. Cuanto
más sea lo que llegue a tocarse dentro de nosotros, más ricas y exactas serán
las ideas que nos hagamos de la humanidad en general..
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pág. 65]
Cuando
lleva mucho tiempo sin leer, se agrandan los agujeros en el cedazo de su
espíritu, y todo se filtra por ellos; todo, excepto lo más basto, es como si no
estuviera allí. A él, lo leído le sirve para retener lo vivido, y sin lo leído
no ha vivido nada.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1947). [Ed. GG: pág. 135]
Al hombre
que se ha acostumbrado a su propia manera de pensar sólo hay una cosa que pueda
salvarlo de la desesperación: el mensaje que sustrae a los demás, que apunta
sólo para sí, olvida, y que sólo con asombro vuelve a encontrar más tarde. Pues
todo lo que elabora conscientemente, en torno a lo cual sigue pensando día tras
día, aumenta su imbricación en el mundo, que lo oprime. Sólo podrá permanecer
libre si piensa en vano. Sus contradicciones deberán sal-vario, la
multiplicidad de éstas, su insondable absurdidad. Pues el hombre creador acaba
siendo víctima de su propia
precisión; su veneno es la continuidad en la cual se enreda, incluso la lectura
se convierte para él en una prolongación propia, como si las páginas que va
pasando ya estuvieran prefiguradas en él. Una sola cosa puede ayudarlo: el caos
generado por sus propios pensamientos, en la medida en que permanezcan aislados
y no tengan continuidad, en la medida en que sean olvidados.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1947). [Ed. GG: pág. 146]
Ya no
puedo leer nada sobre ningún pueblo primitivo. Yo mismo soy todo un pueblo
primitivo.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1953). [Ed. GG: pág. 202]
Lee a fin
de seguir siendo sensato y comprensible para sí mismo. De otro modo, ¡qué
hubiera sido de él ahora! Los libros que tiene en la mano, que contempla,
consulta, lee, son sus pesas de plomo. Se aferra a ellas con la fuerza de un
infeliz que está a punto de ser barrido por un huracán. Sin los libros, es
verdad, viviría más intensamente, pero ¿dónde estaría? No sabría cuál es su
lugar, no podría orientarse. Los libros son para él compás, memoria,
calendario, geografía.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1953). [Ed. GG: pág. 202]
La
realidad de lo fantástico en Zhuang Zi. Lo fantástico jamás es reducido a algo
ideal. Lo intangible es la realidad misma, y no algo que está detrás de ella.
En el
taoísmo siempre me ha atraído el hecho de que conozca y apruebe la
metamorfosis, sin acceder a la posición del idealismo hindú o europeo.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1970). [Ed. GG: pág. 363]
El lector, que no puede detenerse, que
siempre lee más y más cosas antiguas, ha llegado a ser un personaje al que no
se puede despreciar, una especie de hombre de confianza de los otros, que se
fían de él: si nunca deja de leer -al menos es lo que piensan ellos- acabará
encontrando lo decisivo.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1971). [Ed. GG: pág. 372]
En mí la
lectura se propaga mediante la lectura, jamás obedezco a estímulos externos, o
sólo después de mucho tiempo. Deseo descubrir
lo que leo. El que me recomienda un libro me lo quita de las manos; el que lo
alaba, me priva de su lectura durante años. Sólo confío en los espíritus que
realmente venero. Ellos pueden
recomendarme cualquier cosa para despertar mi curiosidad, basta con que citen algo en un libro. Pero sobre lo
que otros citan con sus ligeras lenguas pesa una especie de maldición muy
eficaz. Por eso he tenido dificultades en dar con los grandes libros, ya que lo
realmente grande ha pasado a ser objeto de un culto generalizado. La gente va
proclamándolos, como los nombres de sus héroes, y al llenarse la boca con ellos
–desean saciarse– arruinan lo que me resultaría tan importante conocer.
*** El suplicio de las moscas (Parte II). [Ed. GG: pág. 604]
Él tiene
la dignidad de un hombre delgado, con sus lecturas no intenta engrosar su
cuerpo, sino buscar caminos, y se preocupa de que esos caminos se crucen sin
cesar. Pero los cruces son nuevos, y él siempre tiene que orientarse.
Sabe qué
es válido de momento, y en función de eso hace sus intentos para orientarse.
Pero es lo suficientemente sobrio para acordarse también de lo anterior. No se
atiborra con lo actual hasta reventar, lo anterior no deja en él nada de grasa,
pero sí huellas.
*** Hampstead. (1971). [Ed. GG: pág. 852]
Qué
importante es no leer demasiado
cuando se está haciendo algo, y sobre todo: no demasiado del mismo modo, bajo
las mismas condiciones. Ésta es precisamente la desgracia del espíritu
académico: se impone como norma suprema. Luego puede surgir de ahí lo que sea,
pero primero pasa por la norma suprema. Y así queda ya castrado. Lo que surge
no puede ser engendrado,
surge a partir de sí mismo por repetición.
*** Apuntes 1992-1993. (1993). [Ed. GG: pág. 1041]
Llega una
etapa, acaso la última, en la que leer no significa nada. Ya no se vincula con
lo existente, se escurre, ya no sedimenta ni deja huellas. Quizá aún despierte
deseos de leer otras cosas, pero son deseos muy vagos, que se desvanecen antes
de articularse, ¿Cómo habría que valorar esa lectura, algo tan diferente de
todo lo que antes se llamaba lectura?
Quizá sea
un ejercicio para olvidar las palabras, su revoloteo ante el silencio.
*** Apuntes 1992-1993. (1993). [Ed. GG: pág. 1064]
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