Tuesday, May 14, 2013

[Letra C] - Ciencia / Conocimiento



CIENCIA

La ciencia se ha traicionado al volverse un fin en sí misma. Se ha convertido en una religión, en la religión del asesinar, y pretende hacer creer que ha habido un progreso desde las religiones tradicionales del morir a esta religión del asesinar. Muy pronto habrá que poner a la ciencia bajo la soberanía de un impulso superior que, sin destruirla, la reduzca a la condición de sierva. Para este sometimiento no queda mucho tiempo. La misma ciencia se complace como religión y se apresura a exterminar a los hombres antes de que tengan valor para destronarla. Así, el saber es realmente poder, pero un poder furibundo y adorado sin pudor alguno; sus adoradores se contentan con un poco de caspa o unos cuantos pelos suyos y, si no pueden conseguir otra cosa, con las huellas de sus pesados pies, artificiales.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 34-35]

Sensación de congoja y extrañeza al leer a Aristóteles. La lectura del primer libro de la Política, en el que defiende la esclavitud a toda costa, le produce a uno la impresión de estar leyendo el «Martillo de las brujas». Otro aire, otro clima, y un orden totalmente diferente. El grado de dependencia de las ciencias con respecto a las clasificaciones aristotélicas, incluso en nuestros días, se convierte en una pesadilla cuando conocemos la parte «anticuada» de sus opiniones, que sin embargo soportan a aquellas que aún siguen siendo válidas. Podría ser perfectamente posible que el mismo Aristóteles, cuya autoridad fue la culpable del estancamiento de las ciencias naturales durante la Edad Media, haya seguido ejerciendo de otra forma su efecto pernicioso, cuando su autoridad ya se había resquebrajado. Llama la atención la notable similitud entre el aristotelismo y el avance paralelo de las actividades científicas modernas, su frío tecnicismo y la especialización de las distintas ramas del saber. La especial naturaleza de la ambición aristotélica ha determinado la organización de nuestras universidades. A Aristóteles solo corresponde una universidad moderna en su totalidad. La investigación como fin en sí misma, tal y como él la practica, no es realmente objetiva. Para el investigador sólo significa no dejarse arrastrar por nada de lo que emprenda. Excluye el entusiasmo y la metamorfosis del ser humano. Quiere que el cuerpo no advierta lo que hacen las puntas de los dedos. Todo lo que uno es, lo es al margen de cómo desarrolle su actividad científica. Lo único en verdad legítimo es la curiosidad y una extraña capacidad de crear espacio para todo cuanto la curiosidad almacene. El ingenioso sistema de casilleros que el investigador crea dentro de sí se va llenando con todo aquello que la curiosidad señala. Basta con que encuentre algo para que lo meta en su casillero, donde deberá permanecer muerto e inmóvil. Aristóteles, un ser omnívoro, demuestra al hombre que nada es incomible, siempre que uno sepa encuadrarlo en un orden. Las cosas expuestas en sus colecciones, estén o no vivas, son meros objetos y sirven a algún fin, aunque sólo sea el de mostrar cuán perniciosas son.
Su pensamiento es, en primerísima línea, el arte de compartimentar. Tiene un sentido muy desarrollado de las jerarquías, los rangos y las relaciones de parentesco, y en todo lo que investiga introduce algo así como un sistema de jerarquías. Al compartimentar, lo que le interesa es la uniformidad y la pulcritud, y no tanto la veracidad. Es un pensador incapaz de soñar (todo lo contrario de Platón), hace gala abiertamente de su desprecio por los mitos, y hasta los poetas son para él algo útil, no los valora de otro modo. Incluso ahora hay personas que no pueden aproximarse a un objeto sin aplicarle los encasillamientos aristotélicos. Y más de uno piensa que en los casilleros y gavetas de Aristóteles las cosas tienen un aspecto más claro, cuando en realidad allí sólo están más muertas.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 48-49]


Es mejor para mí leer sobre los pueblos primitivos que verlos directamente. Un solo pigmeo de África me sugeriría más preguntas desconcertantes que las que la ciencia permitiría plantear en los próximos cien años. Pienso con desdén sobre la realidad tan sólo porque me impresiona terriblemente. Pues no se trata, en absoluto, de aquello que los demás denominan realidad, no es ni rígida ni inmutable, ni acción ni cosa; es como una selva virgen que va creciendo ante mis ojos y en la que, mientras crece, acontece todo cuanto forma parte de la vida de una selva virgen. Así pues, debo cuidarme mucho de un exceso de realidad, o bien mis selvas vírgenes me harían estallar. Nos vamos procurando la realidad en forma más atenuada y todavía soportable mediante imágenes y descripciones. También éstas cobran vida en nosotros, pero tienen un ritmo de crecimiento más lento. Son más tranquilas y dispersas y se palpan con cautela unas a otras. Tardan largo tiempo en encontrarse. Pero, sobre todo, les falta el ímpetu fogoso con que la realidad se nos echa encima, un animal depredador, hermoso y reluciente que devora al ser humano.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 69-70]

Hay en la ciencia una «modestia» que me resulta mucho más insoportable que la arrogancia. Los «modestos» se ocultan detrás de la metodología y convierten las clasificaciones y delimitaciones en lo más importante de la experiencia. A menudo es como si dijeran: «Lo importante no es lo que encontramos, sino la manera como catalogamos lo que no hemos encontrado».

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1955). [Ed. GG: pág. 218]


CONOCIMIENTO

Con los terribles acontecimientos de Alemania, la vida ha adquirido una nueva responsabilidad. Antes, durante la guerra, él estaba totalmente solo. Lo que pensaba era pensado para todos; puede que en un futuro hubiera de comparecer ante un tribunal a causa de ello, pero a ninguno de los que vivían entonces le debía justificación alguna. Habían pasado por demasiadas cosas, se contentaban con ráfagas de vida, respirar plenamente no les era posible, habían fracasado> Por aquel entonces no le parecía mayormente significativo pensar y escribir en lengua alemana. En cualquier otra hubiera encontrado lo mismo, el azar le había elegido ésta. Le resultaba dócil, podía servirse de ella, aún era rica y oscura, no demasiado lisa para las cosas más profundas cuyas huellas él seguía, no demasiado china, ni demasiado inglesa; el componente pedagógico-moral –que, por supuesto, también le interesaba– no le cerraba el camino hacia ciertos conocimientos, más bien emanaba de ellos. A su manera, la lengua lo era todo, pero no era nada en comparación con la libertad de él.
Hoy en día, con el hundimiento de Alemania, todo esto ha cambiado para él. Allí la gente saldrá muy pronto en busca de la lengua que les han robado y desfigurado. Quien la haya mantenido pura en los tiempos del máximo frenesí, tendrá que entregarla. Es cierto que él sigue viviendo para todos y que siempre tendrá que vivir solo, responsable ante sí mismo como instancia suprema: pero ahora Les debe a los alemanes su lengua; él la ha mantenido limpia, pero ahora también tiene que entregarla, con amor y gratitud, con intereses e intereses acumulados..

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pp. 95-96]

Espíritus que iluminan y espíritus que ordenan. Heráclito y Aristóteles como casos extremos.
El espíritu que ilumina es similar al rayo, se mueve velozmente a través de grandes espacios. Lo deja todo de lado y va en pos de una sola cosa, que él' mismo no conoce antes de haberla iluminado. Su eficacia empieza cuando cae como un rayo. Sin un mínimo de destrucción y de temor no adquiere ninguna forma para el hombre. La iluminación sola es demasiado ilimitada e informe. El destino del nuevo conocimiento depende del punto en el que caiga el rayo, para el cual el hombre es todavía tierra virgen en su mayor parte.
Lo iluminado se les deja luego a los que ordenan, cuyas operaciones son tan lentas como rápidas eran las de los otros. Son los cartógrafos de los rayos que van cayendo, de los cuales desconfían. Con su actividad intentan impedir que caigan nuevos rayos.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1961). [Ed. GG: pp. 283-284]

Toca demasiados instrumentos a la vez. Pero pensar no es componer. En el pensar hay algo que se lleva al extremo sin ningún miramiento. El proceso del conocimiento consiste en primer término en tirarlo todo por la borda para llegar más rápida y fácilmente a la meta presentida. A. no puede arrojar nada por la borda. Siempre se arrastra todo él consigo. No llega a ninguna parte.
Todo cuanto sabe lo tiene siempre presente. Llama a todas las puertas y no entra en ningún sitio. Como ha llamado, cree que ha estado ahí.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1962). [Ed. GG: pág. 287]

¿Serán acaso las expectativas de un niño las que aún tengo dentro de mí cuando advierto una grieta en la corteza de un hombre y siento de pronto: no todo está perdido, con un poco de ayuda se puede hacer que un corazón detenido palpite de nuevo?
Cierto es que cada día soy más consciente de tener un conocimiento terriblemente preciso del ser humano; pero lo que me interesa no es este conocimiento, que puede tenerlo cualquiera que haya vivido bastante. Me interesa lo que lo refuta y aniquila. Con gusto convertiría yo a un usurero en un benefactor y a un contable en un escritor. Me interesa el salto, la metamorfosis que sorprende.
Nunca he perdido la esperanza, a menudo intento castigarme por ella y la hago víctima, cruelmente, de mi escarnio. Pero ella sigue viviendo en mí, intangible.
Puede que sea tan ridícula como aquella otra, mucho mayor, aquella esperanza enorme de que un muerto pudiera plantarse de pronto ante mí sin que se trate de un sueño.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1971). [Ed. GG: pág. 380]

El omnisciente se pierde en el reino cada vez más grande de su ignorancia. Todos los conocimientos nuevos que he ido adquiriendo me han llegado directamente a partir de la observación de un único fenómeno concreto, no mediante la comparación ni el acopio de cientos de documentos sobre un mismo fenómeno. Nadie piensa estadísticamente; cuando están en juego cuestiones más profundas, no hay método estadístico que valga. Además, debo tener el valor de elegir lo que me parezca importante y significativo. Debo arriesgarme a que todos los especialistas de todos los ámbitos me desacrediten tildándome de ignorante. Debo superar ese vano deseo de querer saberlo todo que me ha perseguido desde niño.

*** Hampstead. (1957-1959). [Ed. GG: pág. 715]

Ese instinto con el que ha descartado todo lo técnico como conocimiento y logro. No es que rechace las comodidades habituales, las utiliza, y ellas le aligeran y amenizan la vida. Pero se niega a reflexionar sobre ellas, es como un griego, no les concede rango alguno y las trata como esclavas.
Así ha permanecido libre para todos los enigmas de siempre, y se rompe dientes y huesos contra ellos.

*** Hampstead. (1971). [Ed. GG: pág. 854]

Si hay algo que pudiera justificar la aparición y el empleo del poder sería la creación de una nueva forma de poder ahora: la del poder de la prevención.
No hay que confundirlo con el viejo poder de la prohibición. Éste ha fracasado. Pero hay que analizarlo a fondo para que comprendamos en qué ha consistido su insuficiencia. La prohibición es mezquina y, además, se ha vulgarizado. Sirve para todo, cualquier respeto ante ella se ha volatilizado.
El poder de la prevención tendría que preservarse espacio. Para el poder de la prevención es necesario el conocimiento. Ha de renovarse continuamente. No se deja manejar automáticamente. Contiene una negación de la muerte y extrae de ella su fuerza. Cualquier extensión del ámbito de la muerte despierta su alarma.

*** Apuntes 1973-1984. (1981). [Ed. GG: pág. 928]


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