CIENCIA
La ciencia se ha
traicionado al volverse un fin en sí misma. Se ha convertido en una religión,
en la religión del asesinar, y pretende hacer creer que ha habido un progreso
desde las religiones tradicionales del morir a esta religión del asesinar. Muy
pronto habrá que poner a la ciencia bajo la soberanía de un impulso superior
que, sin destruirla, la reduzca a la condición de sierva. Para este
sometimiento no queda mucho tiempo. La misma ciencia se complace como religión
y se apresura a exterminar a los hombres antes de que tengan valor para
destronarla. Así, el saber es realmente poder, pero un poder furibundo y
adorado sin pudor alguno; sus adoradores se contentan con un poco de caspa o
unos cuantos pelos suyos y, si no pueden conseguir otra cosa, con las huellas
de sus pesados pies, artificiales.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 34-35]
Sensación de congoja y
extrañeza al leer a Aristóteles. La
lectura del primer libro de la Política, en el que defiende la esclavitud a
toda costa, le produce a uno la impresión de estar leyendo el «Martillo de las
brujas». Otro aire, otro clima, y un orden totalmente diferente. El grado de
dependencia de las ciencias con respecto a las clasificaciones aristotélicas,
incluso en nuestros días, se convierte en una pesadilla cuando conocemos la
parte «anticuada» de sus opiniones, que sin embargo soportan a aquellas que aún
siguen siendo válidas. Podría ser perfectamente posible que el mismo
Aristóteles, cuya autoridad fue la culpable del estancamiento de las ciencias
naturales durante la Edad Media, haya seguido ejerciendo de otra forma su
efecto pernicioso, cuando su autoridad ya se había resquebrajado. Llama la
atención la notable similitud entre el aristotelismo y el avance paralelo de
las actividades científicas modernas, su frío tecnicismo y la especialización
de las distintas ramas del saber. La especial naturaleza de la ambición
aristotélica ha determinado la organización de nuestras universidades. A
Aristóteles solo corresponde una universidad moderna en su totalidad. La
investigación como fin en sí misma, tal y como él la practica, no es realmente
objetiva. Para el investigador sólo significa no dejarse arrastrar por nada de
lo que emprenda. Excluye el entusiasmo y la metamorfosis del ser humano. Quiere
que el cuerpo no advierta lo que hacen las puntas de los dedos. Todo lo que uno
es, lo es al margen de cómo desarrolle su actividad científica. Lo único en
verdad legítimo es la curiosidad y una extraña capacidad de crear espacio para
todo cuanto la curiosidad almacene. El ingenioso sistema de casilleros que el
investigador crea dentro de sí se va llenando con todo aquello que la
curiosidad señala. Basta con que encuentre algo para que lo meta en su
casillero, donde deberá permanecer muerto e inmóvil. Aristóteles, un ser
omnívoro, demuestra al hombre que nada es incomible, siempre que uno sepa
encuadrarlo en un orden. Las cosas expuestas en sus colecciones, estén o no
vivas, son meros objetos y sirven a algún fin, aunque sólo sea el de mostrar
cuán perniciosas son.
Su pensamiento es, en
primerísima línea, el arte de compartimentar. Tiene un sentido muy desarrollado
de las jerarquías, los rangos y las relaciones de parentesco, y en todo lo que
investiga introduce algo así como un sistema de jerarquías. Al compartimentar,
lo que le interesa es la uniformidad y la pulcritud, y no tanto la veracidad.
Es un pensador incapaz de soñar (todo lo contrario de Platón), hace gala
abiertamente de su desprecio por los mitos, y hasta los poetas son para él algo
útil, no los valora de otro modo. Incluso ahora hay personas que no pueden
aproximarse a un objeto sin aplicarle los encasillamientos aristotélicos. Y más
de uno piensa que en los casilleros y gavetas de Aristóteles las cosas tienen
un aspecto más claro, cuando en realidad allí sólo están más muertas.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 48-49]
Es mejor para mí leer sobre los pueblos primitivos que
verlos directamente. Un solo pigmeo de África me sugeriría más preguntas
desconcertantes que las que la ciencia permitiría plantear en los próximos cien
años. Pienso con desdén sobre la realidad tan sólo porque me impresiona
terriblemente. Pues no se trata, en absoluto, de aquello que los demás
denominan realidad, no es ni rígida ni inmutable, ni acción ni cosa; es como
una selva virgen que va creciendo ante mis ojos y en la que, mientras crece,
acontece todo cuanto forma parte de la vida de una selva virgen. Así pues, debo
cuidarme mucho de un exceso de realidad, o bien mis selvas vírgenes me harían
estallar. Nos vamos procurando la realidad en forma más atenuada y todavía
soportable mediante imágenes y descripciones. También éstas cobran vida en
nosotros, pero tienen un ritmo de crecimiento más lento. Son más tranquilas y
dispersas y se palpan con cautela unas a otras. Tardan largo tiempo en
encontrarse. Pero, sobre todo, les falta el ímpetu fogoso con que la realidad
se nos echa encima, un animal depredador, hermoso y reluciente que devora al
ser humano.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 69-70]
Hay en la ciencia una
«modestia» que me resulta mucho más insoportable que la arrogancia. Los
«modestos» se ocultan detrás de la metodología y convierten las clasificaciones
y delimitaciones en lo más importante de la experiencia. A menudo es como si
dijeran: «Lo importante no es lo que encontramos, sino la manera como
catalogamos lo que no hemos encontrado».
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1955). [Ed. GG: pág. 218]
CONOCIMIENTO
Con los terribles
acontecimientos de Alemania, la vida ha adquirido una nueva responsabilidad.
Antes, durante la guerra, él estaba totalmente solo. Lo que pensaba era pensado
para todos; puede que en un futuro hubiera de comparecer ante un tribunal a
causa de ello, pero a ninguno de los que vivían entonces le debía justificación
alguna. Habían pasado por demasiadas cosas, se contentaban con ráfagas de vida,
respirar plenamente no les era posible, habían fracasado> Por aquel entonces
no le parecía mayormente significativo pensar y escribir en lengua alemana. En
cualquier otra hubiera encontrado lo mismo, el azar le había elegido ésta. Le
resultaba dócil, podía servirse de ella, aún era rica y oscura, no demasiado
lisa para las cosas más profundas cuyas huellas él seguía, no demasiado china,
ni demasiado inglesa; el componente pedagógico-moral –que, por supuesto,
también le interesaba– no le cerraba el camino hacia ciertos conocimientos, más
bien emanaba de ellos. A su manera, la lengua lo era todo, pero no era nada en
comparación con la libertad de él.
Hoy en día, con el
hundimiento de Alemania, todo esto ha cambiado para él. Allí la gente saldrá
muy pronto en busca de la lengua que les han robado y desfigurado. Quien la
haya mantenido pura en los tiempos del máximo frenesí, tendrá que entregarla.
Es cierto que él sigue viviendo para todos y que siempre tendrá que vivir solo,
responsable ante sí mismo como instancia suprema: pero ahora Les debe a los
alemanes su lengua; él la ha mantenido limpia, pero ahora también tiene que
entregarla, con amor y gratitud, con intereses e intereses acumulados..
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1945). [Ed. GG: pp. 95-96]
Espíritus que iluminan y espíritus que ordenan. Heráclito y Aristóteles como
casos extremos.
El espíritu que ilumina
es similar al rayo, se mueve velozmente a través de grandes espacios. Lo deja
todo de lado y va en pos de una sola cosa, que él' mismo no conoce antes de
haberla iluminado. Su eficacia empieza cuando cae como un rayo. Sin un mínimo
de destrucción y de temor no adquiere ninguna forma para el hombre. La
iluminación sola es demasiado ilimitada e informe. El destino del nuevo
conocimiento depende del punto en el que caiga el rayo, para el cual el hombre
es todavía tierra virgen en su mayor parte.
Lo iluminado se les deja
luego a los que ordenan, cuyas operaciones son tan lentas como rápidas eran las
de los otros. Son los cartógrafos de los rayos que van cayendo, de los cuales
desconfían. Con su actividad intentan impedir que caigan nuevos rayos.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1961). [Ed. GG: pp. 283-284]
Toca demasiados
instrumentos a la vez. Pero pensar no es componer. En el pensar hay algo que se
lleva al extremo sin ningún miramiento. El proceso del conocimiento consiste en
primer término en tirarlo todo por la borda para llegar más rápida y fácilmente
a la meta presentida. A. no puede arrojar nada por la borda. Siempre se
arrastra todo él consigo. No llega a ninguna parte.
Todo cuanto sabe lo
tiene siempre presente. Llama a todas las puertas y no entra en ningún sitio.
Como ha llamado, cree que ha estado ahí.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1962). [Ed. GG: pág. 287]
¿Serán acaso las
expectativas de un niño las que aún tengo dentro de mí cuando advierto una
grieta en la corteza de un hombre y siento de pronto: no todo está perdido, con
un poco de ayuda se puede hacer que un corazón detenido palpite de nuevo?
Cierto es que cada día
soy más consciente de tener un conocimiento terriblemente preciso del ser
humano; pero lo que me interesa no es este conocimiento, que puede tenerlo
cualquiera que haya vivido bastante. Me interesa lo que lo refuta y aniquila.
Con gusto convertiría yo a un usurero en un benefactor y a un contable en un
escritor. Me interesa el salto, la metamorfosis que sorprende.
Nunca he perdido la
esperanza, a menudo intento castigarme por ella y la hago víctima, cruelmente,
de mi escarnio. Pero ella sigue viviendo en mí, intangible.
Puede que sea tan ridícula
como aquella otra, mucho mayor, aquella esperanza enorme de que un muerto
pudiera plantarse de pronto ante mí sin que se trate de un sueño.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1971). [Ed. GG: pág. 380]
El omnisciente se pierde
en el reino cada vez más grande de su ignorancia. Todos los conocimientos
nuevos que he ido adquiriendo me han llegado directamente a partir de la
observación de un único fenómeno concreto, no mediante la comparación ni el
acopio de cientos de documentos sobre un mismo fenómeno. Nadie piensa
estadísticamente; cuando están en juego cuestiones más profundas, no hay método
estadístico que valga. Además, debo tener el valor de elegir lo que me parezca
importante y significativo. Debo arriesgarme a que todos los especialistas de
todos los ámbitos me desacrediten tildándome de ignorante. Debo superar ese
vano deseo de querer saberlo todo que me ha perseguido desde niño.
***
Hampstead. (1957-1959). [Ed. GG: pág. 715]
Ese instinto con el que
ha descartado todo lo técnico como conocimiento y logro. No es que rechace las
comodidades habituales, las utiliza, y ellas le aligeran y amenizan la vida.
Pero se niega a reflexionar sobre ellas, es como un griego, no les concede rango
alguno y las trata como esclavas.
Así ha permanecido libre
para todos los enigmas de siempre, y se rompe dientes y huesos contra ellos.
***
Hampstead. (1971). [Ed. GG: pág. 854]
Si hay algo que pudiera
justificar la aparición y el empleo del poder sería la creación de una nueva
forma de poder ahora: la del poder de
la prevención.
No hay que confundirlo
con el viejo poder de la prohibición. Éste ha fracasado. Pero hay que
analizarlo a fondo para que comprendamos en qué ha consistido su insuficiencia.
La prohibición es mezquina y, además, se ha vulgarizado. Sirve para todo,
cualquier respeto ante ella se ha volatilizado.
El poder de la
prevención tendría que preservarse espacio. Para el poder de la prevención es
necesario el conocimiento. Ha de renovarse continuamente. No se deja manejar
automáticamente. Contiene una negación de la muerte y extrae de ella su fuerza.
Cualquier extensión del ámbito de la muerte despierta su alarma.
***
Apuntes 1973-1984. (1981). [Ed. GG: pág. 928]
No comments:
Post a Comment