BONDAD
Nos engañamos al abrigar
algún tipo de esperanza para la época que vendrá después de la guerra. Cierto
es que hay esperanzas privadas, y éstas son legítimas: volveremos a ver a
nuestro hermano y le pediremos perdón aunque no le hayamos hecho nada, sólo porque
hubiéramos podido hacerle algo, y después de tales separaciones estamos
firmemente decididos a mostrarnos tan sensibles como nos sea posible. Por sobre
la tumba de una ciudad visitaremos la tumba de nuestra madre y la bendeciremos
por haber muerto antes de esta guerra. A tal punto actuaremos en contra de
nuestra naturaleza más personal e íntima. Buscaremos ciudades que nos resulten
familiares, y encontraremos en ellas a más de un conocido que todavía esté
vivo, sobre los demás circularán las historias más curiosas. Podremos
instalarnos en cientos de recuerdos fascinantes y habrá muchísimo amor entre
los hombres, entre los individuos. Sin embargo, las verdaderas esperanzas, las
puras, las que no tenemos para nosotros mismos, aquellas cuya realización no redundará
para nada en beneficio nuestro, aquellas que tenemos listas para todos los
demás, para unos nietos que no serán los nuestros, para los no nacidos, de
padres malos y buenos, de guerreros y de tiernos apóstoles, como si cada uno de
nosotros fuera el antepasado secreto de todos los nietos; estas esperanzas
surgidas de la bondad innata de la naturaleza humana -pues también la bondad es
innata, sobre todo después de semejantes guerras-, esas esperanzas de una
luminosidad solar hay que alimentarlas, protegerlas, admirarlas, acariciadas y
arrullarlas, y eso aunque sean vanas, aunque nos engañemos con ellas, aunque no
lleguen a realizarse ni un solo instante, porque ningún engaño es tan sagrado
como éste y de ninguno depende tanto que no nos asfixiemos del todo.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 43-44]
Palabras sin las cuales
no podemos vivir, como amor, justicia y bondad. Dejamos que nos engañen y nos damos perfecta cuenta, para
así creer aún más intensamente en ellas.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1949). [Ed. GG: pág. 170]
Avanza entre la gente
envuelto en el grueso abrigo de la bondad, así jamás siente frío. Se
desprendería de su última camisa antes que entregar este abrigo de la bondad. A
veces se imagina horrorizado que pudiera existir una prohibición de pasar por
bueno. El sudor le baña la frente y, como si lo acosaran, se precipita al
encuentro de sus víctimas, que lo reciben agradecidas y radiantes de alegría.
Cuando ha hecho algún bien a dos personas que no se conocen mutuamente, él se
preocupa de que se conozcan. Luego se las imagina juntas y hablando sobre él.
Más adelante hace que ambas partes le cuenten lo que hablaron y compara las dos
versiones con todo detalle. Porque está dispuesto a dejar que lo engañen en
todo, excepto en su bondad.
Actúa con la máxima
modestia cuando hace el mayor de los bienes, tanto más grande será el efecto.
Le gusta repasar mentalmente su propia vida y comprueba que no ha habido ningún
período en que no haya sido bueno. No puede asistir a ningún sepelio sin
identificarse con el difunto, y quizá hasta lo envidie un poco porque todos
hablan bien de él. Pero se consuela imaginando todo lo que dirían si él fuera
el muerto.
Alguna que otra vez se
toma en serio esta quimera y hace propagar la noticia de su propia muerte. Se
abona entonces a una agencia de prensa y recibe puntualmente todas las
necrológicas relacionadas con su persona. Pasa luego unos días felices pegando
las necrológicas en un álbum. Pero es justo y no elimina las que le parecen
demasiado breves. Luego deja el imponente álbum en su cama, como una almohada,
y duerme sobre él. Sueña con su entierro al día siguiente y, cuando todos lo
han hecho ya, él también arroja una paletada de bondad en la tumba.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1955). [Ed. GG: pp. 216-217]
Bondad, dice él. Pero
¿qué quiere decir? ¿No podría decirlo de manera más explícita? Se refiere a un
espíritu vigilante que no se deja engañar por nada ni se engaña con nada. Se
refiere a una desconfianza absoluta ante cualquier utilización de seres humanos
para objetivos que deberían ser «más elevados», pero que sólo son objetivos de
otros. Quiere decir apertura y espontaneidad, se refiere a una infatigable
curiosidad por la gente a la cual comprende e involucra. Se refiere a un
sentimiento de gratitud hacia quienes, si bien no han hecho nada por nosotros,
nos salen al encuentro, nos ven y tienen palabras que decirnos. Se refiere al
recuerdo que no descuida ni omite nada. Se refiere a la esperanza pese a la
desesperación, pero a una esperanza que jamás la silencia. Se refiere también a
los animales, aunque nos los comemos. Se refiere particularmente a todo cuanto
es más necio que nosotros mismos. Se refiere a la impotencia, nunca al poder.
Quien es bueno con el poder, se inclina ante él o lo adula para protegerse, ése
es malo. Él quiere decir pasión, pero una que también deje margen a las de
otros. Quiere decir asombro, pero también preocupación. No quiere decir
grandeza, ni presunción, ni excelsitud, ni autoendiosamiento, ni tampoco la
dureza y el orden con los que se subyuga a los demás. La bondad a la que se
refiere está espiritualmente en movimiento y lo pone en duda todo. No se
refiere a'la bondad que logra algo, sino a la que, de pronto, se queda ahí con
las manos vacías. Se refiere a la capacidad de sorprenderse, incluso a una edad
muy avanzada. Se refiere también a la capacidad de airarse y de acusar, pero
sólo si no le otorgan poder al airado o al acusador. También se refiere al
lenguaje: con seguridad no se refiere al silencio. Se refiere al saber, pero no
a una función ni a un cargo, ni a una retribución. Se refiere a la preocupación
por los hombres aquí, no a una intercesión por sus almas.
***
La provincia del hombre 1943-1972. (1969). [Ed. GG: pp. 361-362]
Ella no quiere ni oír
hablar de bondad, y él se enfurece por ello.
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