Wednesday, May 22, 2013

[Letra D] - Dios


Letra D


DIOS

Si se lleva a cabo seriamente, el estudio del poder conlleva enormes peligros. Aceptamos metas erróneas en cuanto han sido alcanzadas y superadas hace tiempo. La magnanimidad y la dignidad nos llevan a disculpar allí donde menos deberíamos hacerlo. Los poderosos y los que aspiran a serlo, en todos sus disfraces, utilizan al mundo, y el mundo es para ellos todo lo que encuentran por delante. No les queda tiempo para cuestionar seriamente nada. Aquello que alguna vez engendró masas deberá ayudarlos a generar sus propias masas. Revisan, pues, la Historia buscando fértiles campos de pastoreo y se instalan al punto donde quiera que encuentren la posibilidad de engordar nuevamente. Imperios antiguos o Dios, guerra o paz, todo se ofrece a ellos, que eligen lo que más hábilmente puedan manipular. No existe ninguna diferencia real entre los poderosos; y esto resulta de pronto evidente cuando las guerras han durado ya un buen tiempo y los contrincantes tienen que equiparse entre sí por mor de su victoria. Todo es éxito, y el éxito es lo mismo en todas partes. Tan sólo ha cambiado una cosa: el número cada vez mayor de gente ha llevado a la formación de masas cada vez más grandes. Aquello que se descarga en algún lugar de la Tierra se descarga en todas partes; ningún exterminio tiene ya límites. Sin embargo, los poderosos, con sus viejos objetivos, siguen viviendo en su antiguo mundo limitado. Ellos son los verdaderos provincianos y aldeanos de esta época y no hay nada más ajeno al mundo que el realismo de los ministros y los gabinetes ministeriales, con excepción del realismo de los dictadores, que se consideran más realistas todavía. En su lucha contra las formas esclerotizadas de la fe, los ilustrados dejaron intacta una religión, la más delirante de todas: la religión del poder. Ha habido dos actitudes en relación con ella: una, a largo plazo la más peligrosa de ambas, prefería no hablar de ella y seguir practicándola tácitamente de modo tradicional, fortalecida por los modelos inagotables y, por desgracia, inmortales de la Historia. La otra, mucho más agresiva, se glorificó a sí misma primero antes de entrar en acción, presentándose públicamente como religión en lugar de las moribundas religiones del amor, a las que escarneció con violencia y malicia. Anunció: Dios es poder y todo el que puede es su profeta.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 41-42]


No es nada vergonzoso ni egocéntrico, es algo justo, bueno y bien fundado el que, justamente ahora, nada lo colme a uno más que la idea de la inmortalidad ¿No vemos acaso cómo hay gente que es enviada en vagones a la muerte? ¿Acaso no se ríen, no bromean y alardean para darse falsamente valor unos a otros? Y están luego los que pasan volando por encima de uno en bandadas de veinte, treinta, cien aviones cargados de bombas, cada cuarto de hora, con pocos minutos de intervalo, y a los que vemos regresar pacíficamente, centellantes a la luz del sol, como flores, como peces, tras haber destruido ciudades enteras. Ya no podemos decir «Dios»; está marcado para siempre, tiene en su frente el estigma cainita de las guerras, sólo podemos pensar en una cosa, en el único salvador: ¡la inmortalidad! Si fuera nuestra, si estuviera ya vigente, ¡qué distinto sería todo! ¡Inmortalidad! ¿Quién querría seguir asesinando? ¿A quién podría ocurrírsele asesinar si ya no hubiera nada que matar?

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1944). [Ed. GG: pág. 78-79]


Aún yacía Adán como barro en el suelo. Dios pensó: «¿Lo dejo así?». El terrón bien formado le gustó. ¿Sería malo si respirase? «Quizá no merezca que le insufle aliento.» Pues Dios era ignorante, y todo lo que creaba, quedaba libre de Él. No había nada predestinado, y cada ser iba surgiendo tal y como él mismo lo deseaba. No había piojo que no siguiera su propia y cómoda andadura. Pero también la gacela se escapaba del león cuando tenía la fuerza necesaria para hacerlo. Pues Dios nunca había pensado en dominar la Creación. Ejercía su palabra y con ella hacía cosas, y cuando éstas cobraban vida y se evadían, Él se alegraba. Tampoco quería acordarse de todo lo que hacía. Quería cosas nuevas, las únicas que lo animaban y divertían. Dios estaba solo, siempre estaba solo, y todas las noticias sobre su compañera son inventadas. Imaginémonos cómo se sentiría en su soledad, ¿Le habría resultado más llevadera a un hombre? A uno se le ocurren toda suerte de ideas estando solo, y esas ideas se convirtieron en la creación de Dios.

*** Hampstead. (1966). [Ed. GG: pág. 790-791]


Lo perverso de una obra hoy en día es su legitimación, y en esta época el idilio ha muerto para siempre. El escenario de la vida es múltiple, y lo monstruoso de sus tensiones, nuestro ejercicio cotidiano.
En lugar de Dios, quien tiene que escuchar -y reventar al hacerlo- es el desasosegado. Nadie tiene la bondad ni la amplitud suficientes para asumir la sacralidad de este siglo ante el absurdo demencial de sus víctimas, y sus mártires no pueden saber de qué lo han sido.

*** Hampstead. (1967). [Ed. GG: pág. 802]


Me irrita la obediencia a Dios de los judíos, aquello que los ha sustentado a lo largo de milenios. En sus historias más maravillosas y sabias... resurge una y otra vez esa obediencia. ¡Cuánto quiero a sus lectores, que se quedan pobres porque leen y, no obstante, son tenidos en mucho o, al menos, respetados! ¡Cómo me agrada la justicia que exigen a los hombres, su paciencia y, a menudo, su bondad! ¡Pero siempre aborrezco su obediencia ante esa interminable amenaza que es Dios! Sé que en esto soy un hijo de mi tiempo. Demasiada obediencia he presenciado, y ya ni siquiera puede decirse que la prestada a Dios fuera la más obediente, aunque siempre era ejemplar, con menos no querrían darse por satisfechos los poderosos; las reverencias que yo solía ver de niño se repetían ante los amos visibles con un efecto terrible.
Pero ¿es acaso posible oponerse a los amos visibles sin ningún amo invisible?
Una pregunta atroz.

*** Hampstead. (1970). [Ed. GG: pág. 840]


Que la esperanza ya sólo radica en lo fragmentario, que ya una totalidad de la vida sólo se halla en'To fragmentario, donde se desparrama y vuelve sobre sí con una velocidad diabólica. Que se ha vuelto más difícil escapar al peso de lo consumado, sin interpretarlo equivocadamente. Que percibimos chispas antes de que sean fuego sin apagarlas. Que no se teme el discurso que provoca todo, pero que no provoca nada él mismo y que, sin embargo, no calla. Que no se recorta la vida, a pesar de su carácter problemático. Que se la busca por todas partes, pero no en los caminos trillados. Que dejamos que el cielo sea el cielo, sin Dios, acribillado por telescopios, ultrajado por la destrucción más despiadada y que aún amamos la superficie de la Tierra, donde no ha sido socavada. Que nos permitimos como nadie ensalzar la fragmentación por sus ventajas, sin renunciar a las partículas, y que sostenemos cada una de ellas y reflexionamos, como si se tratara del todo, que no puede ser. Que nos inclinamos para no ver lo grande y dejamos que exista lo pequeño sin inflarlo. Que estamos de pie, porque es demasiado fácil estar tumbados; que no nos sentamos encima de nadie, pero salvamos la constancia del estar sentado, percibimos todos los ojos, captamos todas las voces y cuando se pierde su origen les respondemos en nuestro interior. Que adivinamos lo que las voces no pueden decir, que no enterramos ojos quebrados, sentimos todas las heridas y sólo desdeñamos las propias. Que no le reprochamos a la fe lo que siempre fue creído equivocadamente y que encuentra en los añicos del error la esperanza. Que no se arroja a la nada a nadie que estuviera allí a gusto. Que únicamente visitamos la nada para hallar el camino que conduce fuera de ella y mostrar el camino a cada cual. Que perseveramos en el dolor y en la desesperación para aprender cómo sacar a otros de ellos, pero no por desprecio de la felicidad que corres.

*** Hampstead. (1971). [Ed. GG: pág. 854]


Que la esperanza ya sólo radica en lo fragmentario, que ya una totalidad de la vida sólo se halla en'To fragmentario, donde se desparrama y vuelve sobre sí con una velocidad diabólica. Que se ha vuelto más difícil escapar al peso de lo consumado, sin interpretarlo equivocadamente. Que percibimos chispas antes de que sean fuego sin apagarlas. Que no se teme el discurso que provoca todo, pero que no provoca nada él mismo y que, sin embargo, no calla. Que no se recorta la vida, a pesar de su carácter problemático. Que se la busca por todas partes, pero no en los caminos trillados. Que dejamos que el cielo sea el cielo, sin Dios, acribillado por telescopios, ultrajado por la destrucción más despiadada y que aún amamos la superficie de la Tierra, donde no ha sido socavada. Que nos permitimos como nadie ensalzar la fragmentación por sus ventajas, sin renunciar a las partículas, y que sostenemos cada una de ellas y reflexionamos, como si se tratara del todo, que no puede ser. Que nos inclinamos para no ver lo grande y dejamos que exista lo pequeño sin inflarlo. Que estamos de pie, porque es demasiado fácil estar tumbados; que no nos sentamos encima de nadie, pero salvamos la constancia del estar sentado, percibimos todos los ojos, captamos todas las voces y cuando se pierde su origen les respondemos en nuestro interior. Que adivinamos lo que las voces no pueden decir, que no enterramos ojos quebrados, sentimos todas las heridas y sólo desdeñamos las propias. Que no le reprochamos a la fe lo que siempre fue creído equivocadamente y que encuentra en los añicos del error la esperanza. Que no se arroja a la nada a nadie que estuviera allí a gusto. Que únicamente visitamos la nada para hallar el camino que conduce fuera de ella y mostrar el camino a cada cual. Que perseveramos en el dolor y en la desesperación para aprender cómo sacar a otros de ellos, pero no por desprecio de la felicidad que corresponde a las criaturas, a pesar de que se desfiguran y desgarran mutuamente.

*** Apuntes 1973-1984. (1975). [Ed. GG: pp. 880-881]


¡Qué manuales de filosofía tan destilados, fríos y fragmentados leíamos de jóvenes! Gracias al lenguaje incoloro de sus autores todas las filosofías acababan siendo la misma. No habría hecho falta leer nada. Al final era uno el mismo que al principio, no daba ningún traspié, seguía leyendo sin entusiasmo. Era como haberle estrechado la mano a Dios, amablemente, y basta.
¡Qué impacto causaban, en cambio, los presocráticos, sus verdaderos fragmentos! No eran castrados por ninguna explicación. Seguían siendo asombrosos, inverosímiles, aterradores, aniquiladores. No había frase excesivamente piadosa, aunque estuviera pensada para apaciguar. La piedad llegaba como un rayo, no como una lluvia suave. Era algo perturbador, que jamás se superaba. No muchos nombres, pero todos como puñales.

*** Apuntes 1992-1993. (1993). [Ed. GG: pp. 1060-10611]


La unidad en la multiplicidad sería lo último y lo máximo que Dios habría logrado. Pero hace algunos milenios que los hombres se han habituado a separar en su Dios la unidad y la diversidad. En consecuencia, éste ha dejado de ser un Dios pleno y se ha convertido en un prototipo del poder; y a partir de ahí ellos han quedado expuestos su propia, aleatoria e informe multiplicidad.. [Cfr. p. 122, antes de «No hay nada más feo que los instintos...»]

[(...)Sin palabras, él hubiera podido siempre hacerlo todo.
Imaginar lo que los animales encontrarían de loable en nosotros. pág.122 antes de «No hay nada más feo...»]


*** Anexo 2. De «Apuntes 1942-1948». (1946). [Ed. GG: pág. 1116]

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