Letra I
IDEAS
Los que me
han precedido se burlan de mí. Les basta con que sus ideas se muerdan
firmemente la cola. Creen que así han comprendido realmente algo y, sin
embargo, es tan solo su propio pensamiento aislado que ya vuelve a morderse la
cola. Cuanto más a menudo lo hace, piensan ellos, tanto mejor, y si llega
incluso a alimentarse de su propio cuerpo, caen en una especie de arrobamiento.
Yo, en cambio, vivo con el único temor de que mis pensamientos demuestren ser
ciertos demasiado pronto; también por eso les doy tiempo para que dejen al descubierto
toda su falsedad o al menos cambien de piel.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 42-43]
Poca
importancia doy al efecto que las ideas propias puedan tener sobre otras
personas o, para ser más explícito, no sé cuál podría ser ese efecto. Por lo
general sucede que lanzamos al mundo nuevas frases hechas, fútiles y desgastadas,
aunque esto no es en absoluto el verdadero efecto. Todo, sea lo que sea, acaba
por convertirse en una frase hecha. Y algo que llega a serlo con excesiva
facilidad no tiene por qué ser necesariamente malo.
El auténtico
efecto consiste en los repentinos empujones que otros reciben de uno. Por razones
inexplicables, una frase o una palabra se transforman en una fuente de energía.
Al hacer impacto sobre otro, provocan un alud de Piedras que nunca hubiéramos
podido prever, ya por el simple hecho de que no conocemos realmente el
territorio de ningún otro. Estos desprendimientos de piedras pueden ser buenos
o malos; cuando son muy violentos, suelen ser destructores. Sin embargo, esto nada
tiene que ver con aquello que en verdad habíamos pensado y querido, y así todo
efecto es ciego. Si no supiésemos hasta qué punto hemos necesitado de esos
efectos antes de ser capaces de pensar por cuenta propia, podríamos
desesperarnos y enmudecer por completo.
*** La provincia del hombre 1943-1972. (1968). [Ed. GG: pág. 346]
¿Habré
reflexionado suficientemente sobre la supervivencia? ¿No me habré limitado
demasiado al aspecto que entronca con la esencia del poder, desatendiendo, a
fuerza de centrarme obstinadamente en él, otros quizá no menos importantes? ¿Qué
puede uno pensar sin dejar casi todo el resto de lado? ¿Se deberán acaso todos
los inventos y descubrimientos a la omisión de lo más importante?
Quizá sea ésta
una de las razones fundamentales por las que escribo mi vida, y de la forma más
completa posible. Tendría que reinstalar las ideas en su punto de origen para
que parezcan más naturales. Es posible que al hacerlo les dé otro énfasis. No
quiero corregir nada, pero sí quiero recuperar la vida que entonces las envolvía,
acercarla y hacerla circular otra vez por ellas.
*** El corazón secreto del reloj. (1977). [Ed. GG: pp. 447-448]
Él aparta
de sí las ideas que se presentan cuando son necesarias y las guarda en el saco
de las cosas útiles.
Intenta
retener las ideas que surgen de improviso, sin razón ni sentido algunos, antes
de que vuelvan a sumergirse por si mismas. Son sus joyas.
Pero cada
vez más ideas –esto ha de reconocerlo– tienen su razón exclusivamente en el
miedo. ¿Cómo podrá examinarlas? ¿Tendrá algún valor su peso?
*** El corazón secreto del reloj. (1978). [Ed. GG: pág. 456]
Todavía no
has aprendido a captar el instante en toda su fuerza: supones que seguirá
brillando, no lo reconoces como tal; crees que una palabra nueva no puede
apagarse. Pero todas se apagan, sólo existe lo que realmente anotas en el instante.
Tendrás que reconocer esta limitación o terminarás por perderte tu verdadera
vida, la de las ideas.
*** El suplicio de las moscas. (Parte IV). [Ed. GG: pág. 631]
He ido a parar
a un laberinto formado por las ideas más extrañas, quizá porque no he temido
enfrentarme a esta época, quizá por fanfarronería, por una especie de convicción
juvenil de que era posible superarla intelectualmente incluso a ella; pero, sea
cual sea la razón, ahí está el laberinto, y yo en medio, y debo encontrar una
salida tanto para otros como para mí.
*** El suplicio de las moscas. (Parte IV). [Ed. GG: pág. 631]
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