Tuesday, July 9, 2013

[Letra I] - Ideas


Letra I

IDEAS

Los que me han precedido se burlan de mí. Les basta con que sus ideas se muerdan firmemente la cola. Creen que así han comprendido realmente algo y, sin embargo, es tan solo su propio pensamiento aislado que ya vuelve a morderse la cola. Cuanto más a menudo lo hace, piensan ellos, tanto mejor, y si llega incluso a alimentarse de su propio cuerpo, caen en una especie de arrobamiento. Yo, en cambio, vivo con el único temor de que mis pensamientos demuestren ser ciertos demasiado pronto; también por eso les doy tiempo para que dejen al descubierto toda su falsedad o al menos cambien de piel.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1943). [Ed. GG: pp. 42-43]

Poca importancia doy al efecto que las ideas propias puedan tener sobre otras personas o, para ser más explícito, no sé cuál podría ser ese efecto. Por lo general sucede que lanzamos al mundo nuevas frases hechas, fútiles y desgastadas, aunque esto no es en absoluto el verdadero efecto. Todo, sea lo que sea, acaba por convertirse en una frase hecha. Y algo que llega a serlo con excesiva facilidad no tiene por qué ser necesariamente malo.
El auténtico efecto consiste en los repentinos empujones que otros reciben de uno. Por razones inexplicables, una frase o una palabra se transforman en una fuente de energía. Al hacer impacto sobre otro, provocan un alud de Piedras que nunca hubiéramos podido prever, ya por el simple hecho de que no conocemos realmente el territorio de ningún otro. Estos desprendimientos de piedras pueden ser buenos o malos; cuando son muy violentos, suelen ser destructores. Sin embargo, esto nada tiene que ver con aquello que en verdad habíamos pensado y querido, y así todo efecto es ciego. Si no supiésemos hasta qué punto hemos necesitado de esos efectos antes de ser capaces de pensar por cuenta propia, podríamos desesperarnos y enmudecer por completo.

*** La provincia del hombre 1943-1972. (1968). [Ed. GG: pág. 346]

¿Habré reflexionado suficientemente sobre la supervivencia? ¿No me habré limitado demasiado al aspecto que entronca con la esencia del poder, desatendiendo, a fuerza de centrarme obstinadamente en él, otros quizá no menos importantes? ¿Qué puede uno pensar sin dejar casi todo el resto de lado? ¿Se deberán acaso todos los inventos y descubrimientos a la omisión de lo más importante?
Quizá sea ésta una de las razones fundamentales por las que escribo mi vida, y de la forma más completa posible. Tendría que reinstalar las ideas en su punto de origen para que parezcan más naturales. Es posible que al hacerlo les dé otro énfasis. No quiero corregir nada, pero sí quiero recuperar la vida que entonces las envolvía, acercarla y hacerla circular otra vez por ellas.

*** El corazón secreto del reloj. (1977). [Ed. GG: pp. 447-448]

Él aparta de sí las ideas que se presentan cuando son necesarias y las guarda en el saco de las cosas útiles.
Intenta retener las ideas que surgen de improviso, sin razón ni sentido algunos, antes de que vuelvan a sumergirse por si mismas. Son sus joyas.
Pero cada vez más ideas –esto ha de reconocerlo– tienen su razón exclusivamente en el miedo. ¿Cómo podrá examinarlas? ¿Tendrá algún valor su peso?

*** El corazón secreto del reloj. (1978). [Ed. GG: pág. 456]


Todavía no has aprendido a captar el instante en toda su fuerza: supones que seguirá brillando, no lo reconoces como tal; crees que una palabra nueva no puede apagarse. Pero todas se apagan, sólo existe lo que realmente anotas en el instante. Tendrás que reconocer esta limitación o terminarás por perderte tu verdadera vida, la de las ideas.

*** El suplicio de las moscas. (Parte IV). [Ed. GG: pág. 631]

He ido a parar a un laberinto formado por las ideas más extrañas, quizá porque no he temido enfrentarme a esta época, quizá por fanfarronería, por una especie de convicción juvenil de que era posible superarla intelectualmente incluso a ella; pero, sea cual sea la razón, ahí está el laberinto, y yo en medio, y debo encontrar una salida tanto para otros como para mí.

*** El suplicio de las moscas. (Parte IV). [Ed. GG: pág. 631]


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